El tren entró en un túnel y las luces del vagón parpadearon un instante antes de encenderse y bañar con su blanca luz los reposacabezas de los asientos. Apenas quedaban media docena de asientos ocupados, y los pasajeros se habían dispersado haciendo uso de todo ese espacio vacio dejado por los pasajeros que ya habían alcanzado su destino. Un joven de unos veinticinco años dormitaba con las piernas sobre el asiento que tenia delante mientras una pareja se afanaba en demostrarse su amor aprovechando la intimidad con la que contaban gracias a las tres filas de asientos que los separaban del pasajero mas cercano, un hombre de pelo cano que parecía de lo mas entretenido con su tablet. Dos asientos a la derecha del hombre canoso y su tablet una madre intentaba mantener en su asiento a una niña cada vez mas ansiosa por llegar a donde quiera que se dirigieran, y detrás de ellas viajaban lo que parecían ser dos estudiantes extranjeros de vacaciones.
Nes había escogido uno de los cuatro asientos de las esquinas, el más alejado de los dos tortolitos, para recorrer el último tramo del viaje. Nunca le habían gustado demasiado las aglomeraciones, y durante más de la mitad del trayecto aquel vagón había estado más lleno de lo que le hubiera gustado. Pero ahora el silencio volvía a acompañarla, y esa sensación la reconfortaba extrañamente. Se frotó los ojos para deshacerse del cansancio que comenzaba a adormilarla y se levantó para ir al baño. Avanzó entre las filas de asientos apoyando las manos en los reposacabezas para no perder el equilibrio con el contoneo del tren sobre los raíles y salió al pequeño descansillo en el que se unían los vagones. Uno de los dos servicios estaba ocupado, así lo hacia saber el color rojo de la ruleta que se encontraba bajo el picaporte, de modo que se giró para entrar en el otro. Abrió la puerta en el mismo instante en el que el ocupante del otro baño hacia lo mismo y justo en el momento en el que comenzaba a cerrarla un golpe a su espalda la abrió de nuevo y la empujó contra el lavabo. La puerta se cerró rápidamente y cuando intentó darse la vuelta para descubrió que no estaba sola. Su mano derecha echo mano de una pistola que no llevaba encima, y se maldijo por haberla dejado en el maletín que descansaba al fondo de una de sus maletas. Unas manos sujetaron sus hombros impidiéndole darse la vuelta y quien quiera que estuviera tras ella se encargaba de que su rostro no se reflejara en el espejo contra el que la empujaba. Se retorció e intentó lanzar un par de codazos a las costillas de su atacante, pero fueron en vano. Las manos se desplazaron ágilmente hasta sus muñecas y con un rápido movimiento se las separó para apoyarlas contra la pequeña encimera del lavabo y lo siguiente que notó fueron unos labios en el lóbulo de su oreja, unos cálidos labios que dejaron paso a una lengua que descendió hasta su cuello. Aquello hizo que el temor comenzara a diluirse gracias a una cálida sensación que comenzaba a subirle por el vientre. No sabía como había sucedido, ni cuando, pero una de las manos que sujetaba sus muñecas subía ahora lentamente hacia sus pechos. Tardó apenas dos segundos en retomar el control de su excitado cuerpo y darse cuenta de lo que en realidad estaba sucediendo. Respiró profundamente, mientras aquella mano se afanaba en desabrocharle la blusa, y el olor que le inundo las fosas nasales, dulce como una gominola de mora, confirmó lo que sospechaba.
- No deberías acercarte así a un policía –dijo suavemente mientras giraba su cuerpo y ponía contra la puerta a Ángela- . Si no fuera porque reconocería esa colonia en cualquier parte…-dejó de hablar para saborear de su propio cuello aquella fragancia.
- Lo se –no fue mas que un susurro cortado por un pequeño suspiro-, pero no podía esperar hasta que llegaras, y pensar en hacer esto me excitaba muchísimo.
Le levantó las manos por encima de la cabeza y dejó que sus dedos bajaran acariciando suavemente la piel de sus brazos mientras sus bocas continuaban en un baile frenético. Dejó una mano allí, apresando las muñecas de Ángela contra el frio metal de la puerta mientras la otra agarraba su pelo para ladearle la cabeza y dejar su cuello al descubierto. Se recreó en el, lamiéndolo hasta desgastar su sabor, mordisqueándolo delicadamente y pegando sus labios a el para reclamarlo como suyo. Notaba el pulso de Ángela acelerarse a través de la piel de su yugular, como sus manos luchaban por quedar libres y sus caderas se contoneaban para intentar encontrarse con su cuerpo. Bajó la guardia por un momento y ella lo aprovechó para intercambiar posiciones. Ahora eran las manos de Nes las que permanecían atrapadas, ancladas contra la pared a la altura de su cintura mientras los labios de Ángela comenzaban una lenta peregrinación desde sus húmedos labios hasta su pecho. Los tres primeros botones del la blusa habían saltado en el primer forcejeo por lo que los pechos de Nes solo quedaban cubiertos hasta la mitad por la blanca tela del sujetador y la lengua de Ángela parecía empeñada en llegar aun mas allá. Nes agachó la cabeza para intentar aferrarse a sus labios pero solo encontró aire. Había conseguido desabrocharle dos botones más de la blusa y bajar el sujetador lo justo para que sus pezones quedaran al descubierto. Su lengua juguetearon con ellos hasta conseguir ponerlos bien duros, notaba sus dientes dándole pequeños bocados que la obligaban a morderse el labio para no gritar. Tenía las manos libres desde hacia algún rato ya y solo pudo posarlas sobre el oscuro pelo de aquella cabeza que no dejaba de bajar mas y mas, de lamer con mas y mas ímpetu, de besar con mas y mas pasión a cada centímetro de piel que devoraba con su boca. Cuando quiso darse cuenta tenia los pantalones a la altura de los tobillos y aquellos carnosos y calientes labios se abrían paso hacia sus ingles ayudadas por unas manos que separaban sus muslos fuertemente. Poco le costó llegar allí donde Nes sentía un calor tan intenso que parecía consumirla por dentro. Ángela hacía y deshacía a su antojo, sus manos iban y venían de sus muslos a su culo y comenzaba a notar las pulsaciones de su amante en la lengua mientras dibujaba círculos a lo largo de ambos muslos.
El calor comenzaba a hacer que el espejo del pequeño baño se empañara y que el sudor de Ángela se pegara al cuerpo desnudo de Nes. Las caricias recorrían ambos cuerpos, los besos cubrían cada palmo de piel y las lenguas describían giros inesperados en el ombligo para ir en busca de ese gemido que uniera sus placeres en un mismo orgasmo. Las manos de Ángela se encargaron de desempañar el espejo al obligarla Nes a inclinarse sobre él. Se colocó detrás de ella y pegó sus muslos a aquel culo que la volvía loca. Su tacto suave la aceleraba y hacia crecer sus ganas de oírla gritar, de verla tensarse de placer. Acarició su espalda, comenzando en su cintura y terminando en la nuca y deshizo su camino para terminar agarrando su culo y apretándolo de tal manera que Ángela tuvo que ponerse de puntillas. Separó sus muslos y pasó uno de sus brazos entre ellos para sentir toda su humedad, para notar como enloquecía con cada nueva pasada de los dedos por su clítoris. El movimiento del tren era más notable en aquellas zonas que servían de unión entre vagones, justo donde se encontraban los servicios, por lo que el movimiento de sus dedos era aun más fluido. No dejaba de penetrarla con sus dedos, de hacer que sus piernas se tensaran a medida que la mano se le mojaba más y mas. Ángela no tardó en explotar en un orgasmo que sin lugar a dudas se habría escuchado en los vagones adyacentes, hecho que excitó aun mas a Nes. Giró a su amante agarrándola de la cintura y cortó sus jadeos con un beso que la hizo estremecer, la apartó y se subió a la encimera del lavabo apoyando uno de los pies sobre la pared y ofreciendo todo su cuerpo a Ángela. Esta no tardó en aceptar semejante bocado y tras pasar la lengua por sus labios en busca del sabor de la boca de Nes se arrodilló frente a ella y posó la suya en su muslo. Comenzó a morder, primero inocentemente, hasta llegar a hacerla soltar un discreto grito, mitad placer, mitad dolor. Nes separó su cabeza y la miró a los ojos mientras ella dejaba asomar una sonrisa de lo más perversa. Agitó la cabeza para deshacerse de las manos que la sujetaban y la hundió en su entrepierna haciendo que sus manos se aferraran con fuerza a la encimera. Su lengua se movía increíblemente rápido en su interior, llenando sus ingles de una humedad que Ángela no dejaba de saborear. Intentó levantarla, quería besarla y notar el calor de esos carnosos labios, pero ella no estaba por la labor y consiguió separar sus manos para que la dejara hacer. Las contracciones no tardaron en aparecer en su vientre y poco después un intenso orgasmo sacudió todo su cuerpo provocando que su espalda se arqueara.
- Debemos de estar llegando a Vitoria –le dijo mientras intentaba que las piernas no le fallaran al bajarse del lavabo-, tengo que coger mi equipaje.
- Mmm… seguro que me da tiempo a hacer que tiembles otra vez antes de que anuncien la parada –Ángela se había enroscado a su cintura y besaba su cuello.
- No empieces –la detuvo con un beso inocente-, me están esperando en la estación. No deberías haber venido, sabes que podríamos meternos en un lio si Roberto o cualquier otro llegara a descubrirnos.
- Lo sé, lo sé –dijo en el tono más aburrido que pudo-. Pero reconoce que has disfrutado. Espero verte pronto.
Se despidió pasando la lengua a lo largo de sus labios y salió del servicio, no sin antes comprobar que no hubiera nadie fuera.
Nes se recompuso lo mejor que pudo e intentó peinar la maraña de pelo pelirrojo con sus dedos. Se lavó la cara para rebajar la temperatura corporal y se llegó a su asiento justo a tiempo para ver como el tren entraba en la estación de Vitoria. Las imágenes del encuentro con Ángela no se le iban de la cabeza. Estaba casi segura de que habría viajado desde Vitoria hasta Miranda de Ebro, la penúltima parada del trayecto, y había subido allí al tren. Sin duda se habría recorrido al menos un par de vagones antes de dar con ella, y después habría tenido que estar atenta para no perder su oportunidad: la única ocasión en la que había ido al baño. Había conocido a Ángela dos años atrás, en uno de sus viajes a la pequeña ciudad de Vitoria para colaborar con la policía local. Por aquel entonces nada era igual, las personas mantenían ciertos derechos que en aquel momento eran impensables. Aun se sorprendía de la rapidez con lo que todo había cambiado. Nunca antes le habían atraído las mujeres, tenía varias amigas homosexuales que siempre la piropeaban pero nunca llego a sentir la curiosidad de explorar ese aspecto de su sexualidad. Pero con Ángela fue diferente, era todo lo que había buscado en sus relaciones heterosexuales. Así que decidió dejarse llevar, pero lo decidió demasiado tarde y la mayor parte de su relación había florecido a la sombra de bares mal iluminados y parques libres de miradas indeseadas.
El sonido de la megafonía informando de la llegada a Vitoria la sacó de sus pensamientos. Recogió su equipaje del compartimiento que había sobre su cabeza y salió a la luz artificial de los fluorescentes que colgaban sobre el techo de chapa de la estación.
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