14 ago 2013

un sueño

   Es curioso lo perfecto que puede llegar a ser un sueño: tan perfecto que incluso puede llegar a acariciar tu alma sin estar dormido, tan perfecto que la realidad no puede ni tan siquiera compararse; y sueños son todo lo que buscamos, lo que ansiamos para convertir el día a día en algo más llevadero, más soportable…

   Y en ocasiones encuentras uno, hecho a tu medida, perfecto. Un sueño que nace de un simple momento, de una simple mirada que se cruza en el camino de otra, haciendo que algo, quizás otro sueño, las una con un lazo invisible. Ese sueño te enamora, encandila cada uno de tus sentidos y ciega la razón, esa que te grita al oído que es imposible que tu encuentres uno de esos; ese sueño te atraviesa la vida y pinta un nuevo camino bajo tus pies, y a pesar de que tus piernas tiemblen al avanzar por él, resulta imposible no entregarse por completo en cada uno de los pasos que das.

   El sueño crece, te envuelve; hace que la realidad no sea capaz de quemar tus alas; y vuelas, tan alto que en ocasiones el sol te ciega y desvía tus pasos del camino. Lo malo es que hay pasos que no puedes deshacer, y a pesar de que regreses al camino, puede que este ya no sea el mismo. Pero no importa, es ese el camino que tu sueño ha dibujado para ti, y  tú quieres ese sueño: lo cuidas, lo alimentas… y te duele cuando tienes la más mínima sensación de que no estás a su altura. Quieres darle aunque solo sea una pequeña parte de lo que él te da, devolverle algo de la magia que te ha enseñado. Y en ocasiones no lo consigues, tu cabeza se llena de sombras que te dan a entender que eres tonto al creer que el sueño es tuyo; y, quizás, los sueños también tengan sueños.

   Y en esos momentos todo son señales, certezas, imaginarias o reales, que parecen coincidencias más que sospechosas: como si tu sueño se desvaneciera por algo más que un simple pensamiento.

   Y, ¿Qué puedes hacer? Intentar convencerte de que no es eso lo que tu sueño quiere.

escritura libre...

   Escritura libre lo llaman, ¡y se quedan tan tranquilos!
   
   Como  si las palabras brotaran cual champiñones… 

   En demasiadas pocas ocasiones el escribir es un acto libre; siempre obedece a una razón: las ganas de soltar todo aquello que enturbia nuestras almas o embota nuestros sentidos, el reflejo de una idea que nos cruza por la mente, la inspiración que nos regala un simple momento, un olor o un recuerdo y que queremos reflejar en un trozo de papel con la intención de hacerlo mas duradero…

   Si, ya sé que en algún momento de la vida incluso yo he dicho eso de “practico la escritura libre para desentumecer las palabras”, pero realmente casi nunca es así. Por muchos esfuerzos que hagamos en dejar la mente en blanco, las palabras se nos revelan, juegan con nosotros al dejarnos creer que tenemos algún poder sobre ellas, cuando, en realidad, nos conducen entre frases para terminar llevándonos al lugar al que debemos llegar. Y es que es lo que tienen las palabras, que viven dentro de cada uno de nosotros y nos conocen mejor de lo que nosotros llegaremos a hacerlo nunca, no al menos mientras no seamos capaces de escribir o pronunciar cada una de sus letras para que se conviertan en realidad.

   Por eso, cuando practicamos la “escritura libre”, terminamos desahogándonos, o escribiendo algo que, al menos en mí caso, termina siendo un reflejo inconsciente de nuestro subconsciente.
Pero bueno, al menos así amortiguo un poco esta sed de letras que empieza a ser ahogante.