-“te quiero”-
Abrió los ojos en
mitad de esa niebla que nos inunda cuando despertamos de una noche agitada.
Luchó con el sueño para terminar de abrirlos y enfocar el techo de la
habitación. En el descubrió dos tímidos rayos de sol que se colaban entre las
laminas de los estores y jugueteaban a
perseguirse alrededor de la lámpara de papel que colgaba del cable. Giró la
cabeza hacia la izquierda y el reloj le hizo saber que eran las diez de la
mañana. A su lado un vaso de agua permanecía
igual de vacío que la noche anterior, y que la anterior. Volvió a posar
la vista en el techo y se frotó los ojos con ambas manos para intentar hacer
desaparecer la bruma que entorpecía su vista. Esta vez giró la cabeza hacia la
derecha y la vio, sentada a su lado con la espalda apoyada contra el cabecero
de la cama. Lo primero que vio fueron sus piernas, aquella bronceada piel que
tantas veces había recorrido. Lo único que llevaba puesto era aquel camisón que
tanto le gustaba, el morado con unas sutiles transparencias a la altura de sus
firmes pechos. No iba maquillada, no le hacia falta. Era perfecta en su
naturalidad, con el pelo dorado cayéndole sobre unos hombros tomados por esas
pequeñas pecas que le daban un aire juvenil.
-
Buenos días dormilón –su
voz lo acarició por dentro y por fuera-, cada día duermes mas.
-
Será porque cada día tengo menos cosas que hacer…
-
¿Cómo que tienes menos
cosas que hacer? –era como si supiera lo que iba a decir a continuación y no
quisiera escuchárselo decir-. A mi me parece que tienes un montón de trabajo
por delante.
-
Pero no es justo…
-
Hay muchas cosas que no son
justas –tampoco le dejó terminar en aquella ocasión-, y ¿quieres que te diga lo
más injusto de todo?
Mikel no quería que su mujer acabara aquella frase. Sabía de
sobra que era lo más injusto y le dolía que fuera precisamente ella quien
tuviera que recordárselo. Se apoyó en los puños cerrados para incorporarse y
acercarse a su cara para besar aquellos labios que tantos amaneceres habían
compartido con los suyos. Solo beso aire, aire que daba forma a aquellos labios
de los que tantos “te quiero” había escuchado, pero solo aire al fin y al cabo.
La dura realidad lo aplastó, apoyó la espalda contra la pared y metió la cabeza
entre las manos.
-
Lo más injusto es que ellos
tengan que pagar por tu tristeza –Mikel se hundió un poco más, o probablemente
lo hubiera hecho si le resultara posible-. Tienes una responsabilidad que yo no
puedo compartir contigo ya, pero ellos te necesitan.
-
Lo sé, lo sé –había cosas que no cambiarían, y
ella siempre tenía razón-… lo sé. Pero yo también te necesito a ti y ahora ya
no te tengo. Eso tampoco es justo.
-
Claro que no es justo, pero
aun los tienes a ellos. Y ellos te tienen a ti, y te necesitan ahora más que
nunca.
>>escucha
cariño, nada de esto es justo, pero sabias que podía pasar. Los dos éramos
conscientes cuando todo esto empezó que era una posibilidad. ¿Recuerdas todos
los buenos momentos que pasamos gracias a que decidimos no ceder ni un segundo
ante la tristeza y la pena? Esos buenos momentos son los que tienes que
recordar, los que tienes que tener presentes a la hora de tirar para delante. Sé
que tampoco es justo que te diga todo esto, pero tienes que olvidarte de toda
esa tristeza y dejar a un lado la pena para poder vivir momentos tan maravillosos
como esos con nuestros hijos. Ellos se lo merecen tanto o más de lo que los
merecía yo, seguramente ellos lo hayan tenido peor para hacerse a la idea de
que un día no estaría con ellos. Y ha sido tan pronto… puede que no tenga derecho a pedirte esto, se
que ahora mismo lo estas pasando muy mal, pero necesito que lo hagas por mí,
cariño –acercó la mano hasta casi tocarle la cara y la movió acariciando el
aire que rozaba su mejilla-, necesito que cuides de ellos por los dos<<
-
Tienes todo el derecho del
mundo cielo, me hiciste el hombre más feliz del mundo, es lo mínimo que puedo
hacer –se levantó de la cama, se colocó un albornoz y se acercó a la cómoda de
cinco cajones de color ceniza que estaba junto a la puerta-. Perdóname si no te
dije que te amaba con locura en más ocasiones, pero sabes que era así. Sabes
que siempre será así.
Tomó el marco que descansaba sobre una de las esquinas de la
cómoda, acarició la cara de su mujer y lo besó a través del frio cristal.
Devolvió la fotografía a su sitio y salió de la habitación para dirigirse a la
cocina.
-“te necesito”-
La puerta del
cuarto de sus padres al cerrarse lo había despertado de un sueño
intranquilo. Desde hacía un par de días le
resultaba complicado dormir toda la noche de un tirón. Cuando se despertaba a
mitad de la noche encendía la play station y se ponía a jugar para intentar
despejar la cabeza y, con un poco de
suerte, conseguir que el sueño regresara a él. En menos de media hora los ojos
comenzaban a ponérsele rojos y a cerrarse de cuando en cuando, incluso hubo una
mañana en la que despertó con el mando entre las manos. Se levantó de la cama y
encendió el sistema de sonido de su iPod. Su mano acaricio mecánicamente la
ruleta táctil hasta llegar a la lista de reproducción que buscaba. Entró en la
carpeta y buscó entre las más de cuarenta canciones de hip-hop que tenia
almacenadas en aquella lista la que quería escuchar. Era un tema llamado “debido
al olvido”. Pulsó el play y se sentó en la cama a esperar las primeras notas de
la base de piano que conducía la canción. Se miró en el pequeño espejo que
colgaba de la pared del cabecero, tenía el pelo corto y negro completamente
despeinado. Una delgada línea morada comenzaba a adornar la parte baja de sus
ojos marrones debido al poco tiempo que descansaba. Aitor puso una mano entre
su reflejo y él en el justo instante en el que las rimas comenzaban a acompañar
la melodía creada por el piano y la percusión. Cuando se giró la vio sentada en
la silla de ruedas que estaba junto al escritorio. Llevaba el palestino que el
mismo le había regalado, siempre le echaba en cara que vestía demasiado serio
como para ser su madre, y desde que se lo regaló ella aprovechaba cada
oportunidad en la que el trabajo no le
obligaba a llevar traje para ponérselo con una camiseta ancha y unos pantalones
vaqueros.
-
Buenos días cariño –le dijo
con la misma voz con la que le despertaba cada domingo para desayunar, aquella
voz que lo hacía sentirse un niño pequeño a pesar de sus quince años-, veo que
esta noche apenas te has despertado.
-
He tenido una pesadilla –Aitor
comenzó a vestirse evitando mirarla a los ojos.
-
¿Qué te pasa hijo? –se puso
en pie y dio un paso hacia el-, ¿estás bien?
-
¿Cómo quieres que este? –no
pudo evitar el tono de reproche, se arrepintió al momento y un extraño
sentimiento de vergüenza lo recorrió de arriba abajo-, lo siento… yo… te
necesito mama –aquellas palabras se le atragantaron.
-
Sshhhh… -se había sentado
sobre la cama y con una mano le hacía gestos para que se sentara junto a ella-,
no me necesitas desde hace mucho cariño. Mírate, te has hecho todo un hombre.
¿Sabes qué? Tengo que reconocer que tuve mucho miedo de hablarte de mi
enfermedad. Daba por hecho que María no entendería demasiado bien lo que me
pasaba, pero tú… ya no eras ningún niño, y hoy en día es muy sencillo
informarse sobre cualquier cosa en internet… pero decidí que debías saberlo.
>>y no me
equivoqué. Fuiste un gran apoyo para mí desde el principio. ¿Sabes que tu padre
tardó un par de días en asimilar todo aquello y que hasta ese momento cada vez
que hablaba conmigo tartamudeaba? Pero tú no, tú te levantaste, me abrazaste y
me dijiste que me querías. Aquel día no lloraba por el miedo a perderte, si no
por ver como mi pequeño se había convertido en todo un hombre delante de mis
ojos. Ahora tienes que ser más fuerte que nunca, tienes que ayudar a papa a
cuidar de María. Ya sabes que siempre ha sido un poco desastre, y ahora que no
estoy yo… me temo que como te descuides alguna noche cenareis una tortilla de
patata con crujiente de cascara de huevo…<<
-
Jajaja –el sonido de su
risa lo extrañó tanto que se tapó la boca con la mano-, como aquella vez que se le olvidó quitarles el plástico a
las lonchas de queso antes de ponerlas sobre las hamburguesas de la barbacoa…
-
Eso es –la sonrisa de su
madre siempre había sido un refugio para él, por muy mal que le hubiera salido
el examen de ese día, o después de perder la final del último campeonato de
futbol, su sonrisa siempre estaba esperándolo-, hazlo por tu hermana, la pobre
lo quiere tanto que se comería las margaritas del campo si tu padre las
cocinara…
Aitor volvió a reírse, acarició la colcha que estaba bajo la
mano de su madre y se puso en pie. Le dirigió una última mirada a la foto hecha
poster que adornaba el cacho de pared junto a la ventana. Su Madre lo sujetaba
en brazos, cuando él era aun un bebe, y sonreía mientras el agarraba uno de sus
dedos.
-“te echaré de menos”-
María llevaba un
rato despierta, había escuchado a su padre bajar a la cocina y ahora oía la música
que salía de la habitación de su hermano mayor. Los rizos rubios le caían sobre
los ojos, por lo que no paraba de apartárselos para poder ver la hoja en la que
estaba pintando. Era el segundo dibujo que hacia aquella mañana. Últimamente se
pasaba pintando mucho tiempo. Papa estaba casi siempre fuera de casa, y cuando volvía
ya no hacia bromas, ni se reía cuando le contaba un chiste. Solo la miraba, se
paraba delante de ella, la cogía por los brazos y la levantaba hasta que las
puntas de sus narices se tocaban y la abrazaba fuerte contra él. A veces veía como
una gota le caía por la mejilla mientras la miraba, pero siempre que eso pasaba
su padre se daba la vuelta y salía de la habitación. Pasaba casi todo el día
con Aitor, pero el también estaba triste. Ya no jugaba con ella a construir
castillos con cajas y cojines, ni bailaba cuando aparecía en su habitación con
su radio rosa y el CD de los payasos de la tele. Por las noches, cuando papa
terminaba de recoger los platos de la cena y se ponía a ver la tele, ellos dos subían
a su habitación y Aitor le hablaba de mama hasta que se quedaba dormida. Echaba
de menos a su madre. Llevaba cuatro días sin verla. Papa le había dicho que tenía
una enfermedad muy mala que no se podía curar, que se había marchado lejos y
ahora no podía verla. Pero que su madre siempre estaría vigilándola.
-
¿Es verdad lo que dice
papa? ¿no voy a verte más mama? –se giró para quedarse frente a su madre.
-
Si princesa –la llamó con
la mano para que se sentara en una de las pequeñas sillas que había en un rincón
del cuarto-. Mama ya no puede estar contigo, pero siempre te estaré viendo,
siempre estaré pendiente de mi niña bonita.
-
Entonces –la cara de la
pequeña reflejaba su confusión-, ¿ya no tengo mama?
-
Claro que tienes mama –hizo
aquel gesto que tanto repetía para apartarle aquel rizo rebelde que se abalanzaba
sobre uno de sus ojos negros-, mama siempre estará en tu corazón.
>>veras
princesa, hay veces en las que las personas se ponen malas. Por eso vamos al médico,
para que nos diga como curarnos. Pero hay enfermedades que no se pueden curar y
entonces las personas se van para no volver. Papa y Aitor están tristes por
eso, y hay veces que esa tristeza hace que la gente tarde en volver a ser como
era. Pero tranquila, seguro que tú los haces reaccionar rápidamente. Mi niña es
la más lista del mundo. ¿Recuerdas cuando tu hermano se puso triste porque su
novia ya no era su novia? Pues esto es algo parecido. Cuando alguien a quien
queremos se marcha nos duele el corazón, pero eso se pasa. Por eso ahora tienes
que darles mucho cariño a papa y a tu hermano. Necesitan que alguien les
recuerde que hay que reírse para ser feliz. ¿Lo harás, verdad cariño? Claro que
sí. Si tu hermano no se ríe… ¡ya sabes que tiene cosquillas en los pies! Y papa…
nunca ha podido evitar reírse cuando le das uno de esos besos de vaca tan
famosos<<
-
Tranquila mama –dejó una de
sus muñecas en la silla en la que se sentaba su madre a tomar café con ella en
sus pequeñas tazas de plástico-, yo haré que se rían. Te quiero, ¿Te acordaras
de mi, verdad?
Le dio un beso en la frente a la muñeca, alisó su vestido y
bajó a la cocina para desayunar.
-“adiós”-
Era un día normal
en una ciudad normal. Una mañana más en un barrio más. Los primeros rayos de
sol bailaban entre las copas de los arboles cuando mientras los pájaros
llenaban las primeras horas del día con sus cantos.
Mikel sirvió el desayuno para sus dos hijos mientras Aitor
ayudaba a su hermana pequeña a subirse a la silla. Era la primera mañana desde
que su mujer muriera en la que no colocaba cubiertos para cuatro. Las últimas
tostadas saltaron de la tostadora y las acercó en un plato al centro de la
mesa.
-
Mama me ha dicho que tenéis
que reíros mas –la frase descolocó a su hermano y a su padre-, así que voy a
ser la policía de la risa.
-
¿La policía de la risa? –su
padre miraba a su hermano y este le devolvía la mirada, como si todos
compartieran un secretos sin saberlo-, ¿y eso que es?
-
Pues es una policía que
detiene a los que no se ríen y les pone multas.
-
Pues entonces me parece que
tendremos que reírnos papa –Aitor no lo dudó ni un momento, una vez más su
hermana era la más sabia-, yo al menos no tengo dinero para pagar multas.
Todos rieron, juntos. Y sin que el resto lo supiera todos se
despidieron de aquella persona tan importante que se había marchado antes de
tiempo. Aquel día un final, un “adiós”, se convirtió en un comienzo.
Alguien dijo en una ocasión que no morimos del todo mientras
exista alguien que nos recuerde.
Una vez más, has conseguido emocionarme. Un bonito relato, que deberíamos leer todos los que hemos perdido a alguien antes de tiempo. Tienes el don de hacer sentir y eso es muy, pero que muy bonito. Gracias alis_cb
ResponderEliminarGRACIAS!!!! me alegro de que te haya gustado. No hay mayor halago para alguien que escribe que decirle que sus textos hacen sentir a quién los lee. ;)
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