Nací siendo modesto, me demostraron muy temprano que el amor de verdad es un bien escaso. En esa creencia me educaron dando a cada paso descanso al pasado pero dejando que fuera yo el que aprendiera del fracaso.
Crecí rodeado de sentimientos, la angustia se adueñaba de todo cuando el desprecio me enseñaba que el odio era más cómodo...y yo huía en globo, me refugiaba en los vientos de recuerdos que aun hoy guardo como tesoros, el primer beso de una niña siempre calmaba mi enojo. Esos dos segundos de sincera entrega, de inocencia no fingida fueron mi guía y me enseñaron que el cariño existía. Y lo busque en cientos de caras, puse empeño y corazón al vaciar mi alma en cada uno de los caminos que encontraba. Naufrague en cientos de intentos por acercarme a la felicidad y comprendí el valor de las pequeñas victorias... comencé a respirar la realidad. Amistades hicieron transbordo en mi corazón dejando tantas espinas como retazos de ilusión, abriendo heridas que cicatrizaban en soledad y sanaban con esa sabia fresca de una relación nueva, de nuevas idas y venidas de la palabra lealtad.
Busqué el sentido a una vida en la que ni tan siquiera yo me conocía mientras aprendía el sentido de otra despedida. Aprendí a transformar lo amargo de un error en lo dulce de una caricia arrepentida, comencé a canjear consejos por sonrisas y a compensar al honesto con mi alegría mientras me empeñaba en desterrar sus, mis apatías. Fui amigo de algunos, compañero de muchos... Pero sentimiento de pocos y el rostro comenzó a parecerme un cuadro en el que los ojos se revelaban hasta el desacato. El encanto se perdió cuando mi padre partió, pero el desencanto estaba ya plantado con las demostraciones de cansancio. El vacio no llenó mi alma a pesar de su marcha, nunca fui astilla desprendida de esa rama. Una calma extraña inundaba mi día a día, consciente de lo que era, creyendo saber lo que quería volví a caminar una milla. Separe paja de grano, el intentarlo ya no me servía cuando se trataba de ser amado. Los cambios seguían atravesando mi camino y conocí la ira, deje que me arropara en un momento dado, en aquel lugar...aquel día...comprendí que no era la salida y empecé a decir aquello de "por la paz un ave María".
Pero el destino me guardaba la mayor de las alegrías y conocí a mi novia, mi amante, mi guía...todo lo que soñaba, todo en lo que creía se personó ante mi cierto día...mi amiga, mi confidente, mi niña. Las sombras del pasado pasaban volando por una mente desacostumbrada a recibir en la misma medida que entregaba, todo era confuso debido a la falta de monotonía en temas de alegría. Pero mi alma dio la orden y mi corazón soltó el freno de mano. Los sentimientos sembrados en sus labios florecían con cada caricia y los frutos marchitos del pasado renacían con sus abrazos.
La estabilidad emocional es un bien que bien hacemos en guardar cuando le da por venirnos a visitar, el tiempo vuela cuando se convierte en amena la tarea de amar.
Los buenos tiempos se quedaron, a pesar de ciertos momentos de desamparo en los que aquellos que creí amigos pasaron a ser ecos del pasado. Nuevos desencantos provocaron en mi más cambios, las miradas desprendían aquello que las primeras palabras enmascarar pretendían y forcé una sonrisa ante todo aquel que me había despreciado al ver que la vez le había llegado a pesar de su retrato.
La música y mis libros fueron siempre mis más fieles amigos, una hoja en blanco me valía para desahogar mis sueños sin reparos, sin tener que escuchar las voces que me tildaban de raro. Pero aprendí que ser raro no era necesariamente malo cuando conocí a mi tata, el segundo regalo al que mas aprecio guardo, pues cuando apareció en mi vida esa niña adulta llamada Adriana. Ella me regalo su mirada, una balsa salvavidas para los tiempos de aguar bravas, y guio mi alma mientras a mí alrededor se derrumbaba mi trabajo. Bajo mínimos era capaz de sacarse una sonrisa de la manga, ¡era como yo! era...una flor a la que le habían hecho la cama.
El trabajo nos separo pero no pudo sofocar la llama de una amistad sin recargo y pese al desanimo de no vernos todos los días nuestra relación no murió.
Paso el tiempo, mi amor por mi primer regalo fue en aumento y no miento si afirmo que sentí miedo en ciertos momentos a perder lo que había encontrado cuando deje de buscarlo. Los días se sucedían, los problemas iban y venían pero nunca permanecían largo rato, la experiencia adquirida gracias a los impersonales golpes de la vida hacía fácil ese trabajo y en dos días conocí mi tercer regalo, mi segunda tata, otro tesoro que conviene tener en el corazón, a buen recaudo.
Su nombre Casandra, siempre con el corazón en la mano, sus ojos relataban lo que mi alma cantaba y mi boca acaparaba lo que ella estaba pensando.
Fue amistad a primera vista y a traficar con cariño comenzamos al darnos cuenta de que en cierta manera nuestras almas se reconocían en historias del pasado.
Con ella se ensancho mi alma, era necesario un ajuste de espacio para recolocar todo sobre lo que mi punto de vista había cambiado, era menester poder meter cada nueva conversación a su lado en ese baúl de recuerdos intensos que inauguro Laura, abrió Adriana y que Casandra aun no ha cerrado.
Esa es mi vida, resumida en palabras que se me antojan vacías para describir lo realmente sentido, lo verdaderamente pensado, lo sufrido y lo querido, los retales de ese pasado que hasta aquí me han traído y me han construido tal y como soy.
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