he viajado hasta donde nacen las estrellas por encontrar.
Mares, ríos, bosques, praderas...todos quedaron atrás
ante un alma que ve las cosas bajo otro prisma
y en ninguno de ellos di con la tranquilidad que mi interior anhelaba.
Pregunté al viento
en el lugar donde el cielo se funde con la tierra
con la esperanza de que el supiera
cuál es la respuesta y no obtuve más que silencio.
Arrastre mi ser por caminos sembrados de piedras
que rasgaron mis vestimentas
hasta dejar mi cuerpo en carne viva
y ni siquiera noté el dolor punzante de las esquirlas
que penetraron en mi piel al estallar con fiereza
dejando una huella en ella tan profunda
que las convirtió en eternas.
Pero el dolor anidó en mí sin darme cuenta,
pudrió mis sentidos hasta el punto de que no tenía sentido permanecer alerta
ante un mar que bramaba venganza por una realidad incierta.
Puede que desterrara de mí lo bueno
por no echarlo de menos cuando su presencia desapareciera,
puede que en algún momento cerrara los ojos
por no ver ese camino que se presentaba ante mi serpenteante,
quizás mis pies tropezaron provocando que mis piernas temblasen
a cada nuevo paso a ciegas.
La claridad mudó de piel convirtiéndose en esa oscuridad negra
capaz de atormentar a la Luna y de eclipsar a sus estrellas
y he de reconocer que me acostumbré a vivir con ella.
Tal vez si el sospechoso se redimiera,
o sus antecedentes desterrar consiguiera
todo sería más honesto.
O puede que la realidad no sea cierta,
puede que solo sea un cuento
de los que se cuentan a un niño para que se duerma.
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