Que sería de mis manos sin tu cuerpo
o de mi deseo sin tu piel,
sin tus labios, tus cadenas o el eco de tus besos
cuando estallan entre mis piernas;
que sería de mí sin tu placer.
Y es que eres tú mi sabor preferido
y el color de mis días son tus noches,
esas en las que mi cuerpo es el elegido
para convertir las horas en eternas
y hacer que hasta la misma luna se sonroje.
Ven, retemos al tiempo a olvidar nuestro encuentro,
a obviar este fuego que nos consume
y se propaga más allá de nuestro deseo
reduciendo a cenizas la vergüenza.
Hagamos que el cielo nos escuche.
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