Una noche Andrea estaba sentada sobre las rodillas de su madre que se mecía adelante y atrás arrancándole a la vieja mecedora unos soniditos similares a los que los grillos hacían al otro lado de su ventana cada vez que el sol comenzaba a ocultarse. El sube viento que soplaba, cálido como lo eran por aquella época del año, hacia que el mechón de pelo rubio que le colgaba sobre la frente bailara revoltoso.
- ¿Por que sale cada noche la Luna mama? –le preguntó la pequeña sin apartar sus azules ojos de la oscuridad del cielo- parece muy sola ahí arriba.
- Porque nos quiere mucho cariño. Un día le prometió al sol que iluminaría nuestro camino para que el pudiera descansar de esa agotadora tarea al menos durante unas horas cada día. De esa promesa nacieron las noches.
- Entonces... ¿Por qué hay noches en las que no la veo brillar? ¿Se pierden las personas en esas noches tan oscuras? –la mirada de Andrea se había clavado en los ojos de su madre con una pizca de incertidumbre y otra de miedo.
- La Luna nos quiere mucho, tanto como yo a ti –le dijo acariciándole la cabeza suavemente con la palma de la mano, intentando domar el remolino de su coronilla -, pero sabe que no puede guiarnos eternamente. Sabe que si de vez en cuando no nos deja caminar solos en la oscuridad no aprenderíamos a valernos por nosotros mismo. Por eso a veces se esconde, para enseñarnos que somos capaces de elegir solos nuestro camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
no dudes en decir que te parece, que te hace sentir, que te hace pensar...