Hola de nuevo, antes de nada una aclaración para aquell@s a los que puede que os suene este texto. Al ponerme a escribir el segundo capitulo comprendí que no tenía sentido separarlo en dos cuando en realidad todo sucede el mismo día. Lo que encontrareis más abaja, si decidís seguir escribiendo, es una versión alargada del primer texto de este relato que colgué hace unos días con algún retoque y nuevo material. He dividido el capitulo en dos post´s para que no ocupe tanto espacio, en el siguiente encontrareis la segunda parte del primer capítulo: 11 de Febrero, 2013. Espero que lo disfrutéis ;)
11 de Febrero, 2013
Me llamo Silvia y soy un Reflejo. ¿Qué es eso?, esa es una buena pregunta, pero me temo que a día de hoy ni yo misma sabría explicar, sin equivocarme en mucho, lo que realmente son… soy… somos. Siempre se me ha hecho más sencillo entender las cosas si las escribía en un trozo de papel, y eso es lo que estoy haciendo ahora mismo: escribiendo estas líneas, que tal vez nadie lea nunca, para intentar comprender en que exactamente se ha convertido mi vida.
Pero lo mejor será empezar desde el principio, y en este caso podríamos decir que el principio tuvo lugar hace más o menos tres días.
Tras un largo día soportando clientes pesados que le sacaban fallos hasta a la última de las puntadas de la tapicería de un sofá, o al barnizado de este o aquel mueble de salón, por fin había llegado a casa. Lo primero que hice fue encender el equipo de música del dormitorio, la música siempre me ayudaba a desconectar de todo más rápidamente. Entré en el baño para abrir el grifo de la bañera y que el agua caliente fuera llenándola; necesitaba ponerme a remojo para que la tensión acumulada se diluyera y se llevara con ella los brotes de ira contenida que algunos de esos clientes me habían provocado. Había ocasiones en las que no creía poder mantener la compostura y me imaginaba a mi misma tirando a esa señorita repipi escaleras abajo o empujando a ese sabelotodo contra la barandilla de la primera planta de la tienda. De momento nada de aquello había sucedido, aunque, de seguir por aquel camino no descartaba que llegara a pasar en un día no demasiado lejano. Con el tema “feel good” del grupo Gorillaz de fondo me acerqué a la cocina para sacar una botella de vino de la nevera y servirme un generoso vaso que apuré hasta la ultima gota con el primer trago. Decidí que sería mejor llevarme la botella conmigo. Regresé al baño con la bata doblada sobre el antebrazo de la mano que sujetaba la copa vacía y con la otra mano dejé la botella sobre la repisa de la bañera. El agua había llenado la mitad de la bañera, así que me serví otra copa de vino y la apoyé sobre el lavabo. Solté la goma que sujetaba mi pelo y las puntas me hicieron cosquillas al caer libres sobre los hombros. Me quité la camiseta de tirantes y la arrojé al cubo de la ropa sucia, bebí un trago de vino e hice lo mismo con los pantalones negros del uniforme. Me acerqué al espejo para ver más de cerca los dos arañazos que me adornaban el omoplato derecho. Durante todo el día había conseguido mantener a raya los recuerdos sobre la noche anterior, pero al ver aquellas dos marcas en mi espalda la imaginación se hizo con el poder. El vapor que salía del agua caliente de la bañera comenzaba a pegárseme a la piel mientras mi cabeza volaba entre sabanas, bocas, manos y… uñas. Aquellas en concreto, las encargadas de dejar ese recuerdo en su cuerpo, eran de Mónica, una amiga con la que comparto secretos y buenos momentos desde hace ya al menos tres años. Sus ojos apenas se cerraron dos segundos, pero fue mas que suficiente para volver a notar sus uñas aferrándose a mi espalda mientras yo mordía su cuello y notaba como su pulso se aceleraba bajo mis labios. Abrí los ojos y me pareció ver como una sombra cruzaba el espejo. Parpadeé y limpié el vaho del cristal con la palma de la mano. Unas cuantas gotas corrieron por el dorso de mi mano antes de precipitarse al vacio. Allí no había nadie. Me aparté el pelo de la cara y cerré el grifo de la bañera. Dejé que la ropa interior cayera al suelo y con el dedo gordo del pie comprobé que el agua no estaba demasiado caliente.
Notaba como todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo comenzaban a relajarse, me sumergí bajo el agua y después de apartarme un mechón de pelo de la boca terminé con el vino que quedaba en la copa. Las notas que salían de los altavoces de la habitación llenaban el poco espacio que el calor acumulado en el baño dejaba, se mezclaba con el vapor que ascendía del agua e inundaba mis oídos para sumergir mis sentidos en una calma casi completa. Recosté la nuca sobre la toalla de mano que había doblado a modo de almohada y mis ojos comenzaron a cerrarse lentamente. Entonces algo rozó mis labios y abrí los ojos sobresaltada.
Ya no estaba en mi cuarto de baño, dudaba incluso de que estuviera en mi casa. Pero, ¿Cómo era aquello posible? La respuesta más lógica era que me había quedado dormida y estaba soñando. Aun así algo no me cuadraba. Cuando soñamos, al menos en lo que a mí respecta, no somos conscientes de que lo estamos haciendo. Pero yo tenía la certeza de estar sumergida en un sueño, o eso o alguien habían entrado en mi casa, me había secuestrado y me había llevado a cualquier otro lugar. Y esa opción me parecía una autentica locura teniendo en cuenta que mis parpados habían estado cerrados apenas unos segundos. Todo a mí alrededor estaba prácticamente a oscuras, estaba en lo que parecía ser una pequeña habitación. Frente a mí una gran cristalera dejaba ver una sala mucho más grande iluminada por candelabros y faroles de aceite. Por algún motivo aquella luz no conseguía penetrar en el lugar en el que me encontraba. Mi mirada corría de un lado a otro intentando adivinar lo que sucedía cuando unas manos se deslizaron por mi cintura para posarse sobre los muslos. ¡Estaba completamente desnuda! Me parecía mentira no haberme dado cuenta hasta entonces y la curiosidad dejó paso a un breve ataque de miedo, pero, por extraño que parezca, no intenté deshacerme del tacto de aquellas suaves manos. Sus dedos dibujaban ochos sobre mi piel mientras yo seguía allí sentada, con la mirada perdida en la sala de enfrente. Unos cuantos tabiques de más o menos un metro de altura la dividían en pequeños cubículos, cada uno de ellos con un sofá negro y una butaca granate enfrentados. Forcé un poco más la vista y los ojos se me abrieron como platos. Tanto los sofás como las butacas estaban ocupados por mujeres y hombres que cubrían sus rostros con antifaces de distintos colores. Las manos que ahora acariciaban mis ingles, sin que me hubiera percatado de que mis piernas estaban ahora abiertas, se habían encargado de barrer cualquier retal de miedo que pudiera quedarme. Ahora tan solo sentía algo de pudor mezclado con timidez, pero esos sentimientos también se esfumaron, justo en el momento en el que uno de esos desconocidos dedos sobrevolaba mi clítoris. Sabía que la gente de la otra sala no podía verme, o vernos, aquel sueño no era nuevo para mí. Así que me dejé hacer. Dos de sus dedos bailaban entre mis piernas, tentando al calor que comenzaba a consumirme para que hiciera que mi cuerpo bailara con ellos. Y mi cuerpo quería bailar, mis piernas se abrieron un poco más y mi cabeza se echó hacia atrás. Aquello pareció ser la señal para que una de las manos se abriera paso por la piel de mi estomago hasta mis pezones. Se los encontró duros, pero parecía empeñada en endurecerlos aun más. Un par de subes pellizcos me hicieron morderme el labio para no gritar y mis piernas se tensaron lo justo para hacer que mi culo se elevara unos centímetros del asiento de la silla. Él lo aprovechó para deslizar la otra mano en ese pequeño espacio y agarrar mi culo. Terminó de ponerme en pie y me dio la vuelta como si no pesara más que una pluma. Nunca había tenido oportunidad alguna de pronunciar palabra antes de que sus labios sellaran mi boca en un beso tan apasionado que a los pocos segundos comenzaba a notar como si me faltara el aire. En aquel sueño corrí la misma suerte. Separé los labios para dejar paso a su lengua y ella buscó la mía como si en encontrarla se jugara la vida. Aquel sabor… aquella mezcla entre dulce y amargo que desprendían sus labios me emborrachaba, hacia que mi cuerpo se rindiera a él y a sus deseos. Tampoco puedo decir que me dejara más alternativa, sus brazos me rodeaban, me envolvían como si fuera dos veces yo, y mi culo permanecía prisionero de sus manos. Siempre tenía la sensación de que sería capaz de levantarme sin apenas esfuerzo. Así lo hizo, a diferencia de en los otros sueños, sujetó con firmeza mis glúteos y me elevó para dejarme caer después muy despacio sobre su pene. Me sorprendía la facilidad con la que conseguía hacer que mis muslos se empaparan. Entraba en mí como si conociera mi cuerpo mejor que yo misma, yo arqueé la espalda y gemí sin poder contenerme. En aquel momento me acordé de los hombres y mujeres de la otra sala y giré el cuello para mirarlos. Sabía que podían escucharme, puede que el cristal no les permitiera ver más que unas sombras moviéndose al compás, pero aquella habitación contaba con micrófonos que mandaban el sonido a unos altavoces que colgaban de los tabiques al otro lado. Todas las miradas estaban fijas en el cristal, sin duda mi gemido había llamado su atención. Hasta aquel momento no me había fijado, pero todos ellos estaban en ropa interior, ellas en provocativos conjuntos de puntillas o transparencias y ellos en calzoncillos tan ajustados que dejaban más bien poco a la imaginación. Más de uno comenzaba ya a acariciar a la persona que tenía al lado, las lenguas comenzaban a recorrer cuellos y el calor comenzaba a subir haciendo que incluso la escasa ropa que llevaban resultara excesiva. Solo me penetró una vez, lo justo para que notara su excitación, su calor mas carnal. Me dejó en el suelo, de espaldas a él. Notaba su respiración en la nuca, erizándome los pelos mientras me ayudaba a inclinarme hasta llegar a apoyarme en el respaldo de la silla. Su respiración se paseó por mi espalda hasta perderse a la altura de la cintura. Dejé de sentirlo durante unos segundos, tiempo que aproveché para que mi vista se recreara en los cuerpos desnudos que se contoneaban al otro lado del espejo. En el sofá más cercano a mí una mujer rubia, de unos cuarenta años, balanceaba sus caderas sobre los muslos de un hombre de pelo castaño que aferraba sus manos al culo de ella. En la butaca de enfrente una pelirroja con una máscara veneciana apoyaba sus muslos sobre los brazos de piel granate para ofrecerse mejor a un joven que buceaba entre sus piernas. Dos sofás más allá dos hombres penetraban a una mujer de piel morena que gemía de tal manera que me parecía tenerla justo a mi lado. Unas butacas hacia la derecha dos mujeres entrelazaban sus piernas y sus sexos y sus caderas comenzaban a agitarse con una sincronización que me hacía dudar de que aquella fuera la primera vez que aquellas pieles se sentían. Un hombre al que comenzaba a faltarle demasiado pelo para poder disimular una inevitable calvicie se masturbaba delante de ellas. Al fondo de la sala un hombre gemía descontroladamente, sin duda a punto de estallar, y sin saber porque, mi respiración se acompasó a la suya. Tenía los ojos clavados en la oscuridad que mantenía oculto el final de la sala cuando las manos volvieron a posarse sobre mis muslos. Separó mis piernas dulcemente, recorriendo con sus yemas cada centímetro de ellas y las deslizó sobre mi espalda provocándome un escalofrío. Me incliné hacia delante un poco más, lo justo para ofrecerle mi culo para que volviera a penetrarme. La visión de lo que ocurría en la sala contigua había conseguido que me pusiera aun mas cachonda, tenía ganas de gritar como aquel hombre lo hacía en la oscuridad, o como la mujer de piel morena que no podía hacer más que dejarse llevar por las embestidas de sus dos amantes. El aire comenzaba a oler a sudor mezclado con las ansias que fluían por mis muslos, y el calor que comenzaba a acumularse allí provocaba que me costara respirar más de lo normal. Moví el culo hacia la derecha y después hacia la izquierda, invitándolo a entrar en mí, tentándolo a fundirse en el infierno que latía entre mis piernas. Él accedió, su pene me penetro tan suavemente que pude notar cada centímetro de su calidez llenándome. Salió para volver a entrar al instante, un poco más fuerte que la primera vez. El sonido de sus muslos al chocar contra mi culo me dejó con ganas de más. Era como si me leyera los pensamientos, como si aquel desconocido me conociera incluso mejor que yo. Levantó mi pierna derecha para apoyarla en su cintura y comenzó a bombear más deprisa mientras la sujetaba por el tobillo. Su otra mano estaba anclada a mi cadera, tirando de mí hacia sus ansias, haciendo que solo tuviera que preocuparme por mantener el equilibrio con ayuda de la silla; por eso y por no hacerme sangre en el labio de tanto morderlo. En aquella posición era imposible no mirar hacia el espectáculo que ofrecía el cristal de espejo. Las parejas habían cambiado, la mujer de la piel morena estaba ahora lamiendo el musculado torso de un hombre de mediana edad mientras este disfrutaba del manjar que una chica, no mas mayor que yo, de anchas caderas le ofrecía al sentarse sobre su boca. La pelirroja de la máscara veneciana cabalgaba a aquel que antes la había lamido de arriba abajo y uno de los dos hombres que compartían a la mujer de piel morena tenía contra la pared ahora a dos chicas y se turnaba para embestir a una y azotar a la otra haciendo que ambas gimieran y pidieran mas.
Cerré los ojos, sabía lo que venía a continuación, y aunque la mera idea casi hacía que me corriera, algo en mi interior me empujaba a intentar algo nuevo. Fijarme en las caras de placer de aquellos hombre mientras aquellas desconocidas los cabalgaban, les comían la polla o se abrían de piernas para que las poseyeran a su antojo me había abierto el apetito. Tomé una decisión, y a pesar de no estar segura de poder cambiar algo en un sueño que tantas veces se había repetido antes, comencé a girarme.
Sus ojos eran una mezcla de sorpresa e incertidumbre, un mechón le cubría uno de ellos, pero el otro dejaba claro que algo no iba como se suponía que debería ir. Aquella mirada me dejó completamente fría, incluso me pareció dejar de oír el bullicio de la habitación del otro lado. Aquello no era real, pero tampoco se trataba de un sueño.
Ese fue mi principio, al menos el de mi nueva vida. Ahora soy un Reflejo. Ahora sé que siempre ha habido algo más de lo que nos limitamos a ver.
Siempre había tenido la sensación de que existía algo más de lo que nuestros sentidos percibían. En mas de una ocasión se lo había comentado a Mónica, “¿no crees que es todo demasiado…simple?”, le decía, ella sonreía y se lanzaba a mi cuello, “las cosas simples no tienen porque ser malas”, me contestaba ella mientras sus labios me lo demostraban sobre la piel, “por supuesto que no, pero algo me dice que hay muchas cosas que escapan a nuestra comprensión y a nuestra forma de ver el mundo”, ella sujetaba mi cara entre sus manos y, mirándome fijamente a los ojos, zanjaba la discusión con un “a mi me gusta el mundo tal y como es, tal y como se ve desde tu ombligo”.
Tras cada esquina, u oculto entre las sombras que proyectaban los contenedores sobre la acera, mis ojos buscaban algo mas, una señal que me ayudara a cerciorarme de que no estaba loca. Muchos de mis amigos decían que tenía una sensibilidad especial, que era capaz de ver ciertas cosas que a la mayoría de ellos se les escapaba. Si supieran ahora lo acertado de sus afirmaciones…
Llevo casi una semana aquí, al otro lado del espejo como he comenzado a llamar a este lugar. Aun no se demasiado bien que es este sitio, pero comienzo a hacerme una pequeña idea. Alex, el hombre que hizo que mi cuerpo se estremeciera en tantos sueños, me había estado explicando algunas cosas al respecto. Al parecer yo no estaba muy desencaminada y el mundo era, realmente, mas complicado de lo que la gente creía. “La realidad que tu vives no es la única realidad que existe –me dijo-, quiero decir, tu realidad está compuesta de muchas mas realidades. Pero esas realidades no siempre son visibles, no al menos para toda la gente. Muchos de nosotros teníamos las mismas sensaciones que las que seguramente hayas tenido tú a lo largo de tu vida, percibíamos que las cosas no eran tan simples. Ahí entra en juego la evolución, la capacidad humana para sobrevivir y adaptar sus necesidades a su entorno. Nuestros antepasados eran capaces de percibir muchas cosas más que nosotros, y eso se debía a un motivo muy simple: sus necesidades vitales eran comer, beber y sobrevivir. El tiempo ha cambiado todo eso. El ser humano comenzó a añadir necesidades irrelevantes e insignificantes a su día a día, y su mente se convenció, con ayuda de una sociedad cada vez mas egocéntrica y consumista, de que cuanto más poseyera mejor y mas cómoda sería su vida. Así pues los hombres y las mujeres le dieron la espalda a esa capacidad de percepción que antaño los había mantenido en constante contacto y equilibrio con todo su mundo y sus mentes se cerraron para ejercer la función de un colador, filtrando solo la pequeña parte de la realidad que necesitaban para seguir adelante”.
Esa conversación me tranquilizó un poco, aunque recordándola ahora a cualquier otro seguramente le sonara a ciencia ficción. Y es que yo estaba un poco alterada la noche que conocí a Alex, pero teniendo en cuenta que lo creí mi realidad en realidad tan solo era un grano de arena en un inmenso desierto… aun recuerdo lo desconcertada que estaba aquella noche.
Mis ojos miraron más allá del rostro de nariz pequeña y gesto contradictorio que tenía delante. Creo que por un momento dejé de respirar y la sangre se me congeló en las venas. Estábamos en una habitación gris, sin ventanas ni puertas, tan solo paredes grises que iban desde un suelo gris a un techo gris. En el trozo de suelo gris que tenía debajo un pequeño charco de agua mojaba mis pies, y restos de espuma adornaban aquí y allí mi cuerpo desnudo. ¿Realmente había sucedido todo aquello? No estaba segura ni de donde me encontraba, era la primera vez que veía aquella habitación, era la primera vez que lo veía a él. En ninguno de los sueños anteriores había conseguido escapar del “guión” marcado, y menos aun verle la cara. Mi primera reacción fue pellizcarme para comprobar que aquello no fuera una pesadilla.
- ¿Qué se supone que haces? –dijo al verme como agarraba un trozo de piel del antebrazo entre el índice y el pulgar para retorcerlo-.
- Despertar –contesté con total naturalidad, como si aquello fuera lo más normal del mundo. Volví a pellizcarme-. Se supone que es lo que se hace cuando tienes un mal sueño.
- ¿Este ha sido un mal sueño? –parecía divertido- no parecías pasártelo demasiado mal antes de…
- ¿Antes de que? –por un momento me descontrolé, pero respiré profundamente hasta que recuperé la calma- ¿antes de que desapareciera todo lo que tenía delante de las narices como por arte de magia? ¿Dónde está toda la gente de la otra sala? –mi mano derecha no paraba de remover el viento como intentando palpar algo de todo aquello que se había evaporado en un abrir y cerrar de ojos- ¿Dónde se supone que están?, o mejor dicho, ¿Dónde se supone que estoy yo? y ya que estamos con las preguntas obvias… ¿Quién, o que, se supone que eres tú?
- Mi nombre es Alex. Para ya o terminarás haciéndote daño –se acercó a mí y con total naturalidad separó mis dedos del brazo-. Ves, eso te va a dejar un bonito moratón.
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