Otro día más, una hoja más para seguir comprendiendo lo que
me rodea. Ayer fue un día muy tranquilo. Alex me dijo que no podía quedarme en
su casa, no porque así no lo quisiera, si no porque su piso solo contaba con un
dormitorio, y aunque la idea de alejarme de la única persona a la que conocía
en este lugar me aterrorizaba mi espalda se alegraba de no tener que pasar una
noche más en ese potro de tortura que él llamaba sofá. Me había ofrecido dormir
en su cama, oferta que rechacé al instante por pura vergüenza. No tardó
demasiado en encontrar una habitación para mí. Tras un par de llamadas estaba
todo decidido: me quedaría en casa de Victoria, una amiga suya. Al parecer no
todo es tan distinto aquí, cada día descubro que nuestras dos realidades tienen
muchos puntos en común. Recuerdo que la primera noche pensé que esto debía ser
algo así como uno de esos universos paralelos que nos muestran las películas,
un lugar en el que todo es al revés de
cómo lo vivimos nosotros. Imaginaba escaleras que subían cuando deberían bajar
y todo ese tipo de cosas que hacen que los protagonistas de esas películas se
den cuenta de que no están en su mundo. Pero las diferencias son mucho más
sutiles de lo que esperaba: ni coches volando ni gente con la ropa interior por
encima de los pantalones y las camisetas. La casa de Victoria, por ejemplo, es
como cualquiera de los pisos de dos habitaciones en los que haya estado antes.
Las paredes del largo pasillo que recibe a los invitados a su llegada son
completamente blancas, con tres trípticos que muestran distintos momentos del
día en una de ellas y dos grandes relojes colgados de la otra. Un pequeño
mueble hace de recibidor junto a un perchero del que Victoria siempre tiene
colgadas un par de bufandas, algún gorro que otro y una gabardina negra. Tengo
que preguntarle porque no hay ningún abrigo mas colgado del perchero… aunque
creo que no es de las cosas que más me intrigan ahora mismo. Siento mucha más
curiosidad por el hecho de que su casa no cuente con la habitación gris en la
que sucedió todo la noche que llegué aquí. Aunque tampoco puedo asegurar que
fuera capaz de encontrar esa puerta sin picaporte que emerge de la pared para
deslizarse hacia un lado después, incluso si estuviera en la misma habitación
en la que me encuentro ahora mismo escribiendo esto. No lo he podido evitar, ha
sido releer la última frase y volver la vista hacia la pared de mi espalda para
intentar adivinar el contorno de una puerta. Creo que empiezo a volverme loca,
o cuerda dependiendo de cómo lo miremos. Mis ojos ya no se paran en la imagen
exterior que puedan reflejar los objetos más cotidianos, intentan ir más allá,
entender el porqué de su ser, la intención de su existir. Comienzo a comprender
que las cosas no funcionan porque si, si no que todo está conectado para hacer
que funcione. Últimamente la idea de que sin esta realidad la realidad en la
que yo vivía sería completamente diferente, y viceversa. Y creo que la razón de
que sea capaz de percibir todo eso es verdaderamente simple: aquí no existen
distracciones que disuadan a mi mente de mirar más allá. Es decir, en mi otra
realidad existen cientos de canales de televisión, de radio, internet y su
sinfín de posibilidades, prensa escrita, acontecimientos deportivos… y todo
esto hace que las mentes se vuelvan sedentarias, que ignoren todo aquello que
no les es servido en bandeja y preparado para consumir. Aquí esas distracciones
no existen. Claro que tienen música, y las casas, al menos en las dos en las
que yo he estado por el momento, están plagadas de estanterías repletas de
libros. Las diferencias son más sutiles que eso. Por ejemplo, cada ciudad tiene
tres periódicos, según me contó Alex cuando veníamos de camino a casa de
Victoria: uno sobre noticias internacionales, otro sobre noticias nacionales y
de la ciudad y el último sobre deportes. Cuando le pregunté cómo es que tenían
tan pocos la simpleza de su respuesta me pilló desprevenida, “es sencillo,
vosotros tenéis muchos periódicos, pero ninguno de ellos se ciñe fielmente a la
realidad, ninguno es objetivo a la hora de informar. Cada uno hace la guerra
por su parte, e informa cuando y como quiere de lo que a ellos más les
conviene. Pelean entre si para vender la mejor mentira. Aquí los periodistas
están orgullosos de su profesión, la respetan e informan objetivamente e
investigan cada noticia para intentar ser lo más verídicos posibles. Claro que
aquí su trabajo es más sencillo, nadie les pone la zancadilla o los amenaza
para que no escriban de esto o de lo otro: la transparencia es una cualidad muy
común en aquel que no tiene nada que esconder.” Cuanto más lo repito más lógico
me suena. Si los medios de comunicación fueran más objetivos a la hora de
informar seguramente todos hablarían de lo mismo, con lo que, seguramente, con
dos o tres periódicos sería suficiente para mantenerse bien informado. Esa idea
se me antoja imposible en mi realidad, allí están dispuestos a llevarse por
delante a quien sea con tal de vender más que sus rivales. Y así sucede con
casi todo, las rivalidades que a menudo llevan a rebajar la calidad de los
servicios no existen en esta realidad.
Sin duda una de las cosas que más me gusta de este lugar,
aunque estoy completamente segura de que todavía me queda mucho por descubrir,
es la naturalidad con la que se tratan todos. Alex y Victoria me tratan como si
me conocieran de toda la vida y todos se saludan cuando se cruzan por la calle,
¡incluso cuando se detienen junto a otro coche en un semáforo! Eso es todo un
alivio para una persona tan tímida como yo. Con Alex sentía una cercanía que me
llevaba a hablar con él con total normalidad, pero a medida que nos acercábamos
a casa de Victoria notaba como si mi estomago comenzara a girar sin control. La
perspectiva de quedarme en casa de alguien que no conocía me ponía muy nerviosa,
y teniendo en cuenta que lo único que conocía de aquel lugar era Alex, y él ya
me había dicho que no podía quedarse con nosotras… podría decirse que conseguí
controlarme bastante. Lo normal, conociéndome,
hubiera sido ponerme a temblar en el asiento del copiloto durante todo el
trayecto, pero Alex me miró, me sonrió y
me dijo “tranquila, Victoria es lo más parecido a mí que se puede encontrar por
aquí, estoy seguro de que os llevareis a las mil maravillas”. Tenía razón, Victoria es una chica
encantadora. Con sus veintipocos años tengo la sensación de que ha vivido y
visto muchas más cosas de las que yo he vivido a mis treinta y cinco. Se lanzó
sobre mi nada más bajar del coche y me plantó dos besos que retumbaron en mis oídos
durante un par de segundos. Cuando se separó su perfume quedó flotando en el
medio metro escaso que nos separaba, un dulce aroma a vainilla y canela. Sus
ojos me miraron de arriba abajo y lo
primero que dijo fue “tengo dos vestidos que llevan escrito tu nombre”. Yo miré
a Alex, desconcertada, pidiendo algún tipo de explicación o consejo sobre cómo
comportarme en aquella situación, pero él se dedicó a mirar la divertida escena
mientras sonreía. Nos despedimos de él
frente a la puerta del portal, yo lo seguí con la mirada hasta que se hubo
metido en el coche, y Victoria colocó el pulgar sobre un lector de huellas
dactilares que parpadeó un par de veces. Dos pitidos y un chasquido después la
puerta de cristal estaba entreabierta y yo la seguía hacia el interior. Su casa
estaba situada en el decimonoveno piso, trayecto que cubrimos sin que ella
dejara de mirarme y de rizarse uno de los mechones de pelo negro que le caían
sobre el hombro. Aun no puedo evitar sentirme intimidada por esos ojos verdes
que parecen traspasarme cada vez que me miran, es como si con un solo vistazo
se deshiciera de mi ropa para abrirse paso por todo mi cuerpo, recorriendo cada
poro de mi piel para terminar colándose por mi mirada hasta lo más profundo de
mi. Cuando se abrieron las puertas grises del ascensor esperó a que saliera yo
para seguirme muy de cerca. Casi podía notar el calor de su respiración sobre
mi nuca y un dulce olor a cereza reemplazó a la canela y la vainilla de su
perfume. Tal vez se tratara de su pintalabios, ese color rojo hacía resaltar
sus ya de por si carnosos labios. Cuando me giré y los vi me recordaron a una
caja de cerezas maduras y dulces. Ella me sonrió y se puso a mi altura con un
par de pasitos cortos haciendo que sus tacones arrancaran sonidos sordos a las
baldosas del suelo.
-
Tranquila, no tengo intención de morderte –me
dijo mientras se adelantaba para volver a poner el pulgar sobre el lector de
huellas que había junto al marco de la puerta-, aunque si sigues poniendo esa carita
de cervatilla asustada… -el chasquido del mecanismo de la puerta dejó su frase sin
final-. Pasa, estás en tu casa.
Las luces del pasillo se encendieron en cuanto el sensor de
movimiento situado en el techo captó mi presencia. El blanco de las paredes me
hizo parpadear para habituarme a la luz, tiempo más que suficiente para que
Victoria se colara detrás de mí y cerrara la puerta. Volví a notar su aliento
en mi cuello, se movía con una elegancia y rapidez que no había visto nunca.
Avancé por el pasillo hasta llegar a lo que parecía ser el salón. Lo primero
que me llamó la atención fue el sofá granate de piel que estaba a mi derecha,
en el trozo de pared que quedaba entre dos puertas blancas. Su color
contrastaba con el blanco de aquella pared, la única en ese tono. De frente a
mi solo había cristal, grandes ventanas que iban desde el suelo hasta el techo.
Victoria se me adelantó y corrió los paneles japoneses que cubrían todas las
ventanas para dejarme boquiabierta con la maravillosa vista que ofrecían. Podría haber estado mirando la ciudad que se veía
al otro lado de la ventana durante horas sin encontrar la mas mínima diferencia
entre esta y en la que yo había vivido toda mi vida. Pero aun así… no fue corto
el tiempo que estuve dejando que mis ojos recorrieran los altos edificios, los
parques o hasta las farolas que iluminaban con la misma luz blanquecina las
aceras de ambas ciudades. Tan concentrada estaba en encontrar alguna diferencia
que no pude evitar sobresaltarme cuando Victoria me tocó el hombro. Sin duda
alguna el salto que di debió parecerle de lo mas gracioso, por que cuando me
giré su cara era todo sonrisa y sus carcajadas sonaban como las de una niña
pequeña que acabara de hacer alguna travesura.
-
Deberías relajarte un poco, no me gustaría tener
que contarte como la primera visita que muere en mi salón de un infarto –más
risas que me ayudaron a tranquilizarme-. Ven, sentémonos un poco, estoy segura
de que te pasan un montón de preguntas por la cabeza –continuó tras sentarse en
el sofá granate y sin dejar de hacer gestos con la mano para que la
acompañara-, y no se por qué, pero tengo la sensación de que Alex no ha
contestado a demasiadas.
-
Más bien a una solo –la piel del sofá estaba fría,
la notaba a través de los pantalones-, me dijo que no tenía tiempo para más.
-
Este Alex… -su sonrisa empezaba a contagiarse,
notaba como mis labios se curvaban en la mía propia-, siempre tan ocupado. No sé cuantas veces le he
repetido que debería descansar un poco. Pero ya sabes lo que pasa cuando te gusta
tu trabajo. ¿no os sucede lo mismo en tu realidad?
-
Mi realidad… -la pregunta me descolocó por
completo, empezaba a no estar segura de cual quería que fuera mi realidad- pues
supongo que sí, aunque me temo que no nos pasa a tantos como nos gustaría.
-
¿No te gusta tu trabajo? –parecía sorprendida,
como si no concibiera la idea de que a alguien pudiera no gustarle aquello a lo
que se dedicaba.
-
Digamos que no me desagrada, pero me alegro
cuando llega la hora de volver a casa.
-
Fíjate tu –la sonrisa había regresado a sus
labios-, ahí tienes una diferencia más entre nuestras realidades. Apuesto a que
Alex ya te había hablado de alguna mas, pero no se por qué me da que aun sigues
buscándolas. No te concentres demasiado en encontrar las siete diferencias o te
perderás todo lo demás…
Parece ser que en este lado del espejo todo el mundo sabe lo
que pienso, o al menos el cien por cien de las personas que he conocido hasta
el momento. Otra pregunta más para la
lista. Como siga así voy a tener que pensar seriamente en llevar boli y papel a
todas partes para apuntarlas todas, creo que en la cabeza ya no me caben muchas
más.
-
Puede que tengas razón –contesté después de
reflexionar un momento-, ni si quiera te he dado las gracias por dejar que me
quede a dormir aquí. Muchas gracias Victoria.
-
No hay porque darlas –guiñó uno de sus verdes
sin dejar en ningún momento de lado la sonrisa-, Alex y yo nos conocemos desde
críos, hemos pasado tanto tiempo juntos que cualquier amiga suya es mi amiga
incluso antes de conocerla en persona.
-
Comprendo… -no sabía como preguntar aquello, ni
porque lo iba a preguntar- ¿Alex y tú estáis…?
-
¿Saliendo? –Victoria parecía estar pasándoselo
realmente bien aquella noche- ¡que va! Alex es como un hermano para mí. He
dicho que nos conocemos desde críos, debería haber dicho que nos aguantamos
desde críos. Alex es el hermano que nunca tuve, y creo que yo le recuerdo en
algo a la hermana que perdió…
Sus preciosos ojos verdes parecieron apagarse un poco
mientras la frase se quedaba inconclusa, colgada en el aire como un recuerdo
demasiado frágil para tan siquiera hablar de él. Puede que algún día me atreva a preguntarle a
Alex al respecto, aunque con tantas preguntas en mi cabeza tal vez esta pueda
quedar en un segundo plano. Aun no tengo demasiado claro como terminé aquí, ni
como era posible que él se hubiera estado colando en mis sueños una y otra vez.
Intentar sacar alguna cosa en claro ha sido complicado en esta semana. Son
muchas las respuestas que pretendo encontrar, y tal vez mas de una, y de dos,
no sean mas que tonterías.
Pasé parte de mi
segunda noche haciéndole entender a Victoria que en mi realidad había personas
que se veían obligadas a desempeñar
trabajos que detestaban para poder salir
adelante. Al principio pensó que le estaba tomando el pelo, “intentas
confundirme para no ser tú la única que no entiende nada aquí”, me dijo
mientras me sacaba la lengua y cruzaba las piernas sobre el sofá. Terminamos
riéndonos, pero casi ni me acuerdo de que. En algún momento de nuestra charla
Victoria decidió que me vendría bien una copa de vino para relajarme un poco,
“con un poco de suerte tus ojos dejaran de ir de aquí para allí como si
buscaras la cámara oculta”. Creo que en lo que va de semana ha conseguido que
me ruborice al menos una docena de veces. Y eso me lleva a pensar que aquí todo
el mundo tiene una capacidad de empatizar que es impensable en la realidad de
la que vengo. El caso es que una copa llevó a otra, y esta a la siguiente… y
antes de que pudiera darme cuenta estaba riéndome a carcajadas, tirada sobre el
brazo del sofá que tenía detrás mientras
me sujetaba la tripa con las manos. ¡Y lo mejor de todo es que no
recuerdo el motivo por el que ambas nos reíamos de aquella manera!
Esta mañana me he levantado con dolor de cabeza, pero con
una sensación de tranquilidad que no sabría muy bien como describir. He sentido
como si, por una vez en la vida, supiera que estaba en el lugar que quería
estar. Tengo la sensación de que aquí
podría ser más feliz que en mi otra realidad.
Y si, digo mi otra realidad
porque empiezo a entender algo que dijo Alex mientras comía con Victoria y
conmigo este mediodía.
-
No existe una única realidad –lo dijo
mecánicamente, como si fuera una frase que hubiera repetido en más de una
ocasión -. Pensar otra cosa es ir en
contra de la lógica.
<<cada uno fabrica su propia
realidad cuando observa el mundo. Si solo existiera una realidad sería
imposible que a cada uno nos gustara un tipo diferente de música, o que nos
emocionasen cosas tan absurdas a unos y tan complejas a otros. Si hubiera una
única realidad todo sería blanco o negro, y estoy seguro de que, al menos eso,
seguís recordándolo en el lugar del que vienes. No, estoy seguro de que sois
capaces de entender una cosa de al menos dos maneras distintas cada uno. Y si,
digo al menos, porque hay tantas realidades como ojos que miran. Esa es una de
las mayores diferencias entre nuestras dos realidades: en la nuestra a nadie se
le pasa por la cabeza que pueda estar en posesión de la verdad absoluta, y eso,
como seguramente comprenderás, evita muchos momentos… delicados, por llamarlos
de alguna manera>>.
Siempre me ha resultado muy fácil
escuchar a la gente, entender por qué hacen esto o por que pueden pensar
aquello. Me parecía increíble como otros eran incapaces de hacer lo mismo antes
de provocar momentos delicados, como
Alex los ha llamado hace algunas horas. Llegué a la conclusión de que en
ocasiones se trataba lo hacían por indiferencia y otras simplemente porque
obtenían una extraña satisfacción con el mal ajeno. Creo que hay otros que
prefieren no pararse a pensar en nadie que no sean ellos mismos. Puede que en
este lado del espejo todo el mundo sea capaz de ponerse en el lugar de aquel
que tiene delante, y que por ello parezcan todos tan tranquilos y felices.
Siempre he creído que el mundo sería un lugar mucho mejor sin que la envidia o
la codicia viciasen nuestras relaciones. Creo que en algún momento, hace ya
algún tiempo, renuncié a la posibilidad de que eso llegara a suceder en mi
mundo, dejé de creer que el ser humano
fuera capaz de algo tan poco… egocéntrico y desinteresado. Pero parece que aquí eso es algo de lo más
normal. Tengo la sensación de que, a pesar de las comodidades que ofrece este
piso, Victoria no tendría problema alguno en vivir de una forma más modesta,
incluso pienso que sería capaz de dejar su casa a un amigo mientras ella duerme
en casa de otra persona. ¡Pero si me ha acogido a mí, sin conocerme de nada! Y
Alex…
La verdad es que la comida ha
durado menos de lo que me hubiera gustado, y después de un par de horas
volvíamos a estar las dos solas. Pero la timidez y el pudor desaparecieron ayer
por la noche, en algún punto entre la primera botella de vino y la segunda.
Aprovechó que me había quedado con la mirada fija en la puerta para acercarse a
mí con su agilidad felina y hacerme cosquillas por la espalda. El salto que di
hizo que comenzara a reírse. Cuando terminamos de recoger la mesa nos sentamos
a ver un poco la tele, nada especial, una película antigua que creo haber visto
hace algunos años. Aquello me creó una duda.
-
Esta película me suena… -me costaba mucho menos
hablar con ella, era increíble la normalidad que irradiaba-, ¿Cómo es posible?
-
Que ¿Cómo es posible? –había conseguido
sorprenderla una vez más, eso me gustaba- no me digas que crees que aquí
tenemos nuestro propio Hollywood, plagado de superestrellas de las que no has
oído hablar en la vida.
-
Entonces… como se supone que es posible…-Verónica
volvía a reír.
-
…¿Qué vea una película en esta realidad que tú
ya has visto en la tuya? –terminó mi frase al tiempo que se levantaba del sofá
para acercarse a una estantería- imagino que estas también te sonaran.
Reconocí las películas que me entregó tan solo con las
imágenes de las caratulas. Una era Titanic,
la otra una versión en blue ray de El
Hobbit.
-
Déjame que te aclare unas cuantas cosas para que
no te tomen por loca por aquí – devolvió los DVD´s a su lugar y regresó al
sofá-.
<<Tenemos las mismas
películas, los mismos libros, los mismos coches; También tenemos electricistas,
médicos, camareros en sus bares, carniceras y panaderos. ¡Hasta tenemos policía
y abogadas!, aunque los primeros no suelen tener demasiado trabajo. Aquí no hay
asesinatos, ninguno tenemos motivos para vengarnos de otra persona, por lo que
todo su trabajo se reduce a poner alguna multa ocasional cuando alguien bebe más
de la cuenta o se salta un semáforo. Es decir, compartimos muchas cosas con
vosotros, aunque algunas de ellas solo coincidan con las vuestras en la
definición básica. Piénsalo, ¿Cómo si no ibas a ver las aceras iluminadas por
las farolas, o entrar en uno de esos bares que estoy segura que has visto
cuando Alex te traía ayer hacia aquí y tomarte un café? Deja de pensar que aquí
somos seres mágicos. Somos como tú, como cualquiera de tus amigos o tus
familiares: nacemos y también morimos. Simplemente somos más conscientes de lo
complejo del funcionamiento de la vida y de las posibilidades que ofrecen
nuestras mentes. Y aunque te pueda parecer una contradicción, saber lo complejo
que es todo en realidad te ayuda a tener una vida más simple, más tranquila, más…
feliz.
-
Nosotros también somos felices –lo dije como si
intentara defender nuestra forma de ser, aun no lo entendía demasiado bien-.
-
¡Claro que lo sois! –soltó una carcajada que me
descolocó- , sigues pensando que esto es un mundo completamente distinto
Silvia, cuando lo único diferente que tenemos aquí es nuestra capacidad de percibir
el mundo y de actuar en consecuencia para reducir los incidentes; esos
incidentes que acaban con vuestros momentos de felicidad, porque no me negaras
que si pones en una balanza los buenos y los malos momentos, desgraciadamente,
los segundos pesan más que los primeros.
-
Y ¿no os cansáis de ser siempre felices? –me di
cuenta de lo absurda que sonaba aquella pregunta en cuanto abandonó mi boca- ,
quiero decir, si evitáis cualquier enfrentamiento ¿no matáis las ganas de
crecer como personas? No estoy diciendo que me guste pasarlo mal, pero esos
malos momentos me ayudan a querer seguir caminando, a darme cuenta de lo fuerte
que soy en realidad, a valorar como se merece aquello que tengo, por muy poco
que sea.
-
Entiendo que digas eso, yo también lo pensé
durante algún tiempo. Veía como superabais percances. Siempre terminabais
volviendo a sonreír, agarrándoos a las cosas más pequeñas para ello. Y volvíais
a intentarlo una y otra vez, por mucho que doliera el fracaso, lo intentabais
con más fuerza aún. Esas ganas por
conseguir algo, ese interés por conquistar aquello que se suponía inalcanzable…
hicieron que sintiera ganas de traspasar el espejo en más de una ocasión. Pero
luego os veía llorar, sufrir por vuestros sueños rotos y esas ganas se
esfumaban. Puede que no suframos tanto como sufrís vosotros por no daros cuenta
de ciertas cosas, pero eso no quiere decir que la nuestra sea una realidad de
color de rosa. También sentimos, y de una manera que solo algunos de vosotros habéis
alcanzado a experimentar, así que también experimentamos dolor cuando alguien
muere o nos abandona.
-
No lo entiendo –mi cabeza intentaba asimilar
todo aquello, pero era complicado- , si sois capaces de evitar
confrontaciones…. ¿Cómo es que sufrís?
-
Porque no hay dos personas iguales Silvia –sentenció-,
ni en vuestra realidad, ni aquí, ni en ninguna otra. Los sentimientos se
acaban, las personas cambian inevitablemente, y que no empecemos guerras por un
sentimiento de traición no significa que no nos sintamos traicionados o
abandonados. Ya ves, no somos tan distintos al fin y al cabo.
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