Y aquí tenéis la segunda parte del segundo capítulo, espero que os vaya gustando la historia. ¡Se admiten comentarios y criticas eh! siempre que sean constructivas claro ;)
El resto de la tarde la hemos pasado viendo la trilogía de El señor de los anillos y comiendo
palomitas. Entre bocado y bocado Victoria repetía algún trozo del dialogo de
uno de los elfos o hacía algún comentario gracioso respecto a la escena que
veíamos. La noche llegó sin avisar y nos pilló terminando de ver el segundo Dvd
de la segunda película.
-
Tendremos que dejarlo aquí –dijo mientras paraba
la reproducción del Dvd- , ayer pude escaparme del trabajo para hacerte el
cambio de casa un poco más agradable. Me temo que esta noche no puedo hacerlo.
- ¿siempre trabajas de noche? –pregunté intentando averiguar mas sobre ella.
- Normalmente todos los que trabajamos en lo mío lo hacemos. Salvo alguna excepción como nuestro amigo Alex. El siempre está trabajando. Ese busca que lleva me saca de quicio hasta a mí. Pero así es él, siempre dispuesto a haceros la vida un poco más… fácil.
- ¿hacernos la vida más fácil? –aun ahora me cuesta procesar lo que dijo a continuación-. ¿a nosotros?
- Aun se me olvida que vienes del otro lado. Supongo que puedo explicártelo… de camino. Creo que esta noche me vendría bien tu ayuda. ¿Te gustaría ver en que trabajo? Estoy segura de que te mueres de curiosidad después de la primera noche que pasaste con Alex…
Reconozco que tardé apenas un par de segundos en decidirme a
acompañarla. Los recuerdos de la primera noche, de la forma en la que conocí a
Alex y de lo que me enseñó posteriormente hicieron que de mi boca brotara un
“sería un placer acompañarte” sin casi darme cuenta. Siempre me ha gustado
descubrir cosas nuevas, conocer el funcionamiento de aquello que me rodea y
comprender lo que desconozco, y Victoria me ofrecía la oportunidad de seguir
descubriendo su realidad. Sabía lo que me iba a encontrar, o por lo menos me
hacía una pequeña idea teniendo en cuenta que afirmaba trabajar en lo mismo que
trabajaba Alex. Eso hizo que el calor que sentí aquella primera noche regresara
a mi cuerpo, haciendo que mi imaginación volara un poco más allá.
Esperaba encontrar en su casa una habitación similar a la
que Alex tenía en su sótano, pero en vez de eso cogimos el coche para
dirigirnos a alguna parte. Al parecer no eran muchos los que tenían la suerte
de poder trabajar en casa, pero me dijo que ella lo prefería así. Al parecer
había semanas en las que Alex apenas salía de casa dos días seguidos. Su
familia es una de las más antiguas de este lugar, y ello conlleva trabajar más
que el resto para mantener lo que sus antepasados habían construido. A parte
queda el hecho de que le encanta lo que hace.
Victoria me dijo que dentro de lo que ellos hacían había varios departamentos.
-
Es como en cualquier otro trabajo –dijo mientras
el coche avanzaba por una carretera de sentido único-. Alex y yo nos encargamos
de las fantasías, de hacer que aquellos que sueñen con aquello que creen que
nunca se atreverán a hacer o que nunca sucederá.
<<pero en nuestro
departamento también existen distintos puestos. Hay quien se encarga de
mostraros, mientras dormís, en lo que se convertiría vuestra vida si
consiguierais aquello que tanto queréis: ese ascenso que os daría la
oportunidad de acceder a un nivel de vida mejor, conquistar a ese hombre que os
hace entrar en calor al pensar en el, ser cantantes o estrellas del cine…
<<Alex y yo nos encargamos
de las “otras” fantasías. De las excitantes. De las que consiguen que las
sabanas de vuestras camas despierten arrugadas y vuestros cuerpos exhaustos de
placer. Otros se encargan de haceros sentir miedo, con la esperanza de que os desahogáis
de esos malos hábitos que causan tanto dolor. Incluso hay unos cuantos que os
hacen meteros en la piel de otras personas para saber que sienten. Apostaría
cualquier cosa a que has tenido alguno de esos sueños>>
Aun me resulta increíble que tanto Alex como Victoria se
dedique a colarse en nuestras cabezas mientras dormimos para jugar con nuestros
deseos más salvajes, pero ahora empiezo a comprender ciertos sueños que hacían
que mis piernas amanecieran húmedas. También entiendo muchos de los otros
sueños que he tenido a lo largo de mi vida: esos en los que lo perdía todo y me
sentía tremendamente sola, o en los que conseguía que una editorial se fijara
en alguno de mis relatos… incluso los más raros, en los que actuaba como si no
fuera yo misma, comenzaron a tomar sentido tras escuchar aquella explicación.
Tengo que reconocer que el viaje en coche se me hizo muy
corto y no sabría decir si duró cinco minutos o media hora. Imágenes de muchos
de los sueños eróticos que había tenido bombardeaban mi cabeza con tal nitidez
que notaba pequeños escalofríos recorriendo mis piernas. Una en concreto hizo
que casi me olvidara de respirar. Recordaba exactamente cuando había soñado
aquello: una mujer pelirroja buceaba entre mis piernas mientras un joven de
pelo castaño hacia lo propio entre las suyas y la lengua de un segundo hombre
jugueteaba con mis pezones. Una tarde, después de hacer jornada continúa en el
trabajo, me había recostado en el sofá durante un par de minutos para descansar
un poco antes de ponerme a cocinar algo. Lo que pretendían ser dos minutos
terminó siendo una siesta de tres cuartos de hora. Cuando me desperté apenas
recordaba algo del sueño, solo que alguien había jugado con mi cuerpo hasta
dejarlo tan cansado que me costó levantarme del sofá. Pero en aquel coche
recordé la mirada de la mujer, vi sus ojos verdes clavados en cada contorsión
de mis labios mientras los suyos estaban completamente entregados a hacerme
enloquecer. Cuando conseguí escapar de aquella visón y giré la cabeza me
encontré con los mismos ojos verdes que en aquella ocasión tan pendientes
estaban de cada contorsión de mi vientre. Una vez más fue como si supiera
exactamente en lo que estaba pensando.
-
Si, era yo. Siento no habértelo dicho antes,
pero quería comprobar una cosa –sus ojos habían vuelto a la carretera-. Por
cierto, me lo pasé muy bien. Ha sido una de las mejores siestas en las que he
estado.
Otra sorpresa más, y aun no me acostumbro a parecer una
tonta de máximo nivel cada vez que descubro algo nuevo en este sitio. Pero
empiezo a asumir que va a ser algo habitual, al menos mientras esté aquí. Y
cada vez me gusta más esta realidad…
Entramos en un edificio de dos plantas, una especie de almacén
que ocupaba lo mismo que un campo de futbol. Pero bueno, nunca he sido
demasiado buena calculando distancias, así que puede que fuera algo más grande…
o mucho más pequeño. En realidad da igual. Su tamaño poco importó cuando vi su
interior. Aquello era todo suelo, suelo blanco y brillante que reflejaba toda
la luz de los neones que colgaban del techo cada dos pasos. No tuve tiempo de
contar cuantos había, pero la factura de la luz no debe ser pequeña allí. Era
todo un cambio después de estar en la habitación gris de Alex, tampoco era ninguna
maravilla de la decoración, pero al menos el blanco no infundía en mi tanta
desconfianza. Aunque tal vez mi valentía solo se debiera a que empiezo a acostumbrarme
a esto, a verlo como algo tan normal como el despertarme cada mañana. Aun sin
ser una experta en calcular medidas había algo que me desconcertaba: el
edificio parecía mucho más grande por fuera que por dentro. Era como si alguien
hubiera metido aquella sala dentro de una más grande, como cuando guardas la
caja de un regalo pequeño dentro de una más grande. Algo llamó mi atención y
giré la cabeza hacía la derecha justo a tiempo de ver como una plancha de
hormigón se deslizaba hacia delante y hacia un lado de la pared después, igual
que la puerta oculta del sótano de Alex. Victoria, una vez más, supo lo que me
estaba preguntando incluso antes de que pudiera formular la pregunta.
-
Sí, eso ya lo habías visto antes, en algún sótano
si no me equivoco –me dijo sin dejar de avanzar por el brillante suelo hacía el
otro extremo del almacén-. Y no, no usamos las mismas puertas que has visto en
las casas o en las tiendas. Para lo que hacemos aquí necesitamos que no reparéis
en ese tipo de cosas, aunque estéis dormidos la ilusión es frágil y siempre
cabe la posibilidad de que os despertéis antes de que podamos terminar con
nuestro trabajo. Intentamos que solo veáis lo que queremos haceros ver.
-
Eso es una manera bonita y educada de decir que
nos utilizáis –nunca he sabido callarme, y no voy a empezar ahora, con tanto
que preguntar y descubrir.
-
Utilizamos vuestros sueños –rebatió-, es
completamente distinto. Nosotros utilizamos vuestros sueños para haceros ver
que no debéis renunciar a lo que tanto deseáis. Intentamos que sintáis, al
menos por un tiempo, lo que se siente al realizar esas fantasías en las que pensáis
durante el resto del día.
-
Y, ¿Cómo puedes tu saber cuáles son mis fantasías
si hasta ayer ni nos conocíamos? –por lo menos ella contestaba a mis preguntas,
Alex siempre me deja con más de las que tenía antes de hablar con él.
-
Tú no me conocías a mi –me guiñó un ojo-, lo que
no necesariamente significa que yo no sepa nada de ti. Piensa una cosa Silvia
–comenzó a decir mientras desandaba el camino que nos separaba-, ¿Cuánto tiempo
pasas delante de un espejo? Y cuando digo espejo quiero decir un cristal, una
puerta, cualquier superficie en la que te puedas ver reflejada. ¿Cuántas veces
te has parado delante del espejo de tu habitación, o has estado frente al del
cuarto de baño mientras hablabas contigo misma sobre cómo sería todo si “esto”
o “aquello” cambiara? ¿Cuántas veces has cerrado los ojos frente a ellos
deseando que tu suerte cambiara? Venga, no me digas que no te llamó la atención
el gran espejo que tiene Alex en su sótano, o que no te has dado cuenta de que
en casi todos tus “sueños” había un espejo, o en su defecto, alguna superficie
reflectante.
-
¿Me estás diciendo que nos espiáis para luego
colaros en nuestros sueños? Eso es…
-
… una manera fea de decirlo. Nosotros nos
informamos de lo que os gusta y de lo que no, de lo que os provoca alegría o
tristeza… esa información nos resulta básica a la hora de crear esos sueños.
Tienes que entender una cosa Silvia, con esa información no pretendemos otra
cosa que ayudaros a sobrellevar el día a día, a entender que por muy mal que
salgan las cosas hay que seguir intentándolo, intentamos que seáis mas
conscientes de lo que realmente os rodea. Seguro que en más de una ocasión te
has acostado pensando que algo no tenía solución, que ese dilema que se te
presentaba era imposible de resolver. Y sin embargo, tras un reconfortante
sueño, a la mañana siguiente lo veías todo un poco más fácil.
Tenía razón. Ha habido días en los que he estado a punto de
tirar la toalla, de dejar de intentar alcanzar esas metas que empezaban a
parecer utopías. Y a pesar de que alguien alguna vez dijo que la utopía es eso
que nos hace seguir caminando… caminar sin llegar a ninguna parte cansa el
doble. Las piezas comenzaban a encajar sin casi necesidad de apretarlas, cada
explicación de Victoria liberaba un poco mas de espacio en mi aturullada
cabeza.
-
Lo que no entiendo es cómo lo hacéis, es decir,
¿traspasáis un espejo y aparecéis en nuestros dormitorios, o baños? Me parece
un poco…
-
De ciencia ficción –empiezo a acostumbrarme a
que termine mis frases-. Lo sé, y cuando te expliquen lo que realmente sucede
te parecerá aun más increíble. Pero me temo que para eso tendrás que esperar
aun un poco más. Son casi las doce y el trabajo nos espera. Sígueme.
Me guió por al ancha nave hasta una de las esquinas del
extremo más lejano del lugar en el que nos habíamos detenido a hablar. Cuando
llegamos a la pared Victoria sacó una tarjeta de uno de los bolsillos del
pantalón y la describió un semicírculo con ella delante del hormigón. Se
escuchó un siseo antes de que un rectángulo de unos dos metros de alto por uno
de ancho avanzara hacia nosotros para retirarse a un lado acto seguido.
Avanzamos hacía un interior oscuro, ella delante y yo detrás, moviendo la
cabeza para ver por encima de sus hombros. La habitación se ilumino cuando
entramos y me giré justo a tiempo de ver como el rectángulo de hormigón se
deslizaba hacia su posición inicial y toda prueba de que allí hubiera una
puerta desaparecía. Se acercó a una de las tres paredes, la que quedaba a su
izquierda, y agarró mi mano para que la siguiera. Lo que a simple vista me
había parecido una pared se convirtió en una fila de taquillas grises algo mas
altas que yo. Eran del mismo gris que el suelo, el mismo del que estaban
pintadas las paredes; el mismo gris del sótano de Alex. Parecía como si el gris
tuviera algo que ver en el trabajo que hacían, como si los ayudara a construir
los sueños más fácilmente. Pero esa sensación no llegó a transformarse en pregunta
porque otra sensación, en este caso de deja vu comenzaba a invadirme. No me
cabía la menor duda de lo que allí estaba a punto de suceder y de lo que
guardaban aquellas taquillas.
Abrió una de ellas y me dijo que escogiera lo que quisiera.
Casi todo eran prendas de látex y vinilo. Mientras sacaba una percha de la que
colgaba un pequeño vestido de látex ella se puso a mi derecha para abrir una segunda taquilla.
¡Ni Mónica tiene tantos zapatos! Lo que mis ojos vieron sin duda le hubiera
gustado a ella. Le pirran los zapatos y las sandalias, aun recuerdo como se
contoneaba delante de mí, luciendo su última adquisición: unos zapatos negros
de tacón de aguja de unos diez centímetros, con el tacón y las puntas doradas.
Decía que se sentía sexy, que subida en unos tacones era capaz de lograr todo
lo que quisiera. Y razón no le faltaba. En muchas ocasiones lo que ella quería
era yo, y vaya si me conseguía…
Antes de que me diera cuenta Victoria ya estaba lista: todas
y cada una de sus curvas mascadas y resaltadas por el traje de vinilo negro que
se pegaba a ella como si fuera una segunda piel, sus pies enfundados en unas
botas de un intenso rojo, las más altas que yo haya visto hasta ahora, y sus
manos cubiertas por unos guantes del mismo material que el traje y del mismo
color que las botas. Era como si no llevar nada, como si lo único que hubiera
hecho fuera darse una mano de pintura sobre la piel desnuda. El contorno de los
pezones se intuía a través de aquel traje que se adaptaba a la perfección a sus
muslos y su sexo. Tuve que obligarme a apartar la mirada antes de que pudiera
darse cuenta de cómo la recorrían mis ojos, suficiente vergüenza paso ya como
para echar más leña al fuego.
-
¿Aun estás así? A este paso para cuando
empecemos le tocará despertarse…
Me encontré mirándola de nuevo mientras encendía sus labios
con un pintalabios rojos y les daba a sus ojos un toque más oscuro con un poco
de sombra de ojos. Después me miré a mí, en ropa interior, y por último el
vestido que aun seguía colgado de la percha. Tardé dos segundos en decidir
asesinar el poco pudor que pudiera quedarme y enfundarme aquel traje que se
cerraba con una cremallera que recorría la parte de la espalda de arriba abajo.
Las manos de Victoria consiguieron sobresaltarme una vez más. Con el sigilo que
la caracteriza se había colocado detrás de mí
y me subía la cremallera con tanta delicadeza que parecía no tener fin.
-
Así da gusto venir a trabajar –su cálido aliento
me rozó el lóbulo de la oreja provocando que los pelos de la nuca se me erizasen-.
Ahora entiendo porque Alex estaba tan interesado en ti. Y creo que se a que se
refería con eso de tu “habilidad”…
Sus manos descendieron hasta mis caderas, lo que consiguió
que tuviera que olvidarme de lo que acababa de decirme para concentrarme plenamente
en no tirarme sobre aquel cuello que parecía estar llamándome a gritos,
palpitando a la espera de unos labios que le tomaran el pulso. Pero tengo que
hablar con ella de eso de mi “habilidad”… y de cuanto lleva Alex fijándose en mí.
Terminé de retocarme un poco, bueno, más bien fue Victoria
quien se encargo de ello. Eligió el mismo pintalabios que había utilizado ella
y me apartó el pelo de los ojos para ensombrecerlos un poco también. Estaba
claro que aquel sueño sería algo distinto al que creó Alex la primera noche que
llegué aquí. Y al igual que en aquella ocasión, no temía nada. Me sentía
completamente relajada. El sexo para mí nunca ha resultado un problema ni
supuesto un tabú. En ese aspecto siempre me he considerado una chica muy
simple: si surge la oportunidad lo pruebo, y si me gusta repito. Al fin y al
cabo el sexo es como cualquier otra cosa, como la música o la lectura, o como
salir de pesca: si te gusta… ¿Por qué no hacerlo?
El comienzo fue como aquella primera noche, las luces de la
sala se fueron apagando al tiempo que el gran cristal que hacía las veces de
pared más alejada de la puerta comenzaba a iluminarse.
-
¿Cómo sabéis cuando se duerme esa persona en
cuyos sueños queréis entrar? –esa pregunta me parecía la más interesante para
aquel momento.
-
Hay gente que se encarga de eso, a nosotros nos
llega la información filtrada. Ellos se encargan de recopilar datos durante el día
a día del sujeto para saber hacía donde debemos dirigir nuestro sueño –se
acercó un poco más a mi e inclinó la cabeza hasta que con los labios rozó mi
oreja-. Aquella noche me quedé con ganas de tener más tiempo para… nosotras. Ha
sido una autentica suerte que aparecieras justo ayer y que estés aquí para este
sueño… Creo que va a ser una de las noches en las que más voy a disfrutar de
este trabajo…
No tenía tiempo para decir apenas nada más, las luces de la
habitación se habían apagado por completo y eso significaba que aquello
comenzaba ya, y lo poco que se me pudiera haber ocurrido se evaporó cuando noté
una de las manos de Victoria descendiendo por mi espalda para terminar
cerrándose en torno a mi culo. Una ola de excitación rompió en mi interior
inundándolo todo y haciendo que deseará comenzar cuanto antes.
Lo vi al otro lado de la habitación. De unos treinta y dos
años y con el pelo corto. Tenía las manos esposadas a la espalda y entre ambas
un poste de madera recubierto de algún tipo de material acolchado que le
impedía abandonar aquella posición. Sus ojos estaban tapados por algo parecido
a un pañuelo negro. Estaba totalmente desnudo e indefenso. Aquello despertó en
mi unas ganas desconocidas de usarlo para mi placer, de hacerlo sudar de tal
manera que ese perfume de excitación se adhiriera a mi piel para recordarlo más
tarde. Victoria se me adelantó, ya estaba a su altura y tiraba del pañuelo
hacia abajo para dejar que la viera. Sus mirada al contemplar a Victoria
enfundada en aquel mono de vinilo, esa mezcla entre desconcierto y deseo que se
intuía en sus ojos negros me hizo saltar hacía delante como un resorte y en un
abrir y cerrar de ojos los de aquel desconocido no dejaban de volar de la una a
la otra. Victoria me miró, yo la miré, él nos miraba… ella me agarró de la
cintura y tiró de mi cuerpo hasta que el aire tuvo serios problemas para pasar
entre nosotras. Sus labios se fundieron en el calor de los míos y un dulce
sabor a cereza llenó mi boca cuando su lengua se abrió paso hasta ella. No sé cuánto
tiempo pasó, pero cuando nos separamos vi que su pintalabios había desaparecido
casi del lugar en el que debía estar para decorarle las mejillas y la barbilla.
O tal vez fuera ese mi pintalabios… el desconocido se había quedado con la boca
abierta y con una erección que ninguna de las dos estábamos dispuestas a dejar
pasar como si nada. No me lo pensé dos veces y doble la cintura para empezar a
saborear su ombligo e ir bajando poco a poco desde allí. Victoria no tardó en
colocarse detrás de mí y el calor de su boca se centró en otros labios en esta
ocasión. Era una sensación familiar, algo que ya había sentido antes, durante
alguna siesta improvisada…
Un pequeño gemido escapó de mi boca al notar su lengua
entrando en mí, o al menos lo intentó. Yo ya tenía para entonces la boca
ocupada en hacer que aquel desconocido tensara sus piernas e intentara hacerse
con el ritmo. El pobrecillo parecía no darse cuenta de la situación en la que
estaba, y para demostrárselo dejé su miembro para darme la vuelta y ofrecerme
por completo a Victoria. Su lengua estaba haciendo maravillas entre mis piernas
y me resultaba complicado concentrarme en él mientras ella jugaba conmigo. No
tardó en aceptar y me tumbó a los pies del desconocido, haciendo que tuviera
que agachar la mirada para no perder detalle de lo que iba a pasar. Y lo que
pasó fue exactamente lo mismo que sucedió en aquella siesta en la que vi a
Victoria por primera vez. Se sumergió entre mis piernas para que sus labios se
pegaran a mi sexo y su lengua empezó con aquellos suaves pero firmes
movimientos que hicieron que aquella vez mis muslos comenzaran a temblar al
poco tiempo. Esta vez pude contenerme algo más, Victoria sabe lo que me gusta,
pero yo sabía lo que ella iba a hacer. Cuando noté que los músculos de mis
piernas comenzaban a tensarse y a no relajarse hasta cinco o seis segundos
después supe que era el momento. La agarré del pelo y levanté su cabeza para
que me mirara a los ojos, para que viera lo caliente que estaba, la lujuria que
su lengua había despertado en mí una vez más. El desconocido también lo vio,
sus ojos parecían suplicar que lo soltáramos, estoy segura de que hubiera
arrancado el poste al que estaba atado si hubiera podido con tal de poder
meterse entre ambas. Me deshice del buzo de Victoria y la tumbé boca arriba
para devolverle el favor. Dos de mis dedos comenzaron a jugar con su clítoris
hasta que me di cuenta de que a mi lado, sin saber cómo ni de donde, había
aparecido un vibrador morado. El vibrador
sustituyó a mis dedos en su
empeño por hacerla gemir y mi boca regresó a donde había estado hacía algunos
minutos. Pronto conseguí que las respiraciones de ambos se acompasaran al ritmo
que marcaba mi mano y mi boca, aceleraban cuando yo aceleraba y se relajaban cuando mis vaivenes eran menos
intensos. Sentir que los tenía a mi merced, a ambos, pendientes de cuando iba a
parar o cuando iba a hacer que se corrieran, me ha hecho sentir increíblemente poderosa,
sexy, como si pudiera hacer que cualquiera de los dos me suplicara que no
parase. Yo estaba concentrada en mantener ambos ritmos cuando Victoria se escurrió
de entre mis manos para colocarse a mi izquierda y acompañarme en la tarea de
hacer sufrir un poco más a aquel desconocido que ya ni mordiéndose el labio
inferior podía reprimir los gemidos que se agolpaban en su garganta empujados
por la excitación de vernos a ambas arrodilladas frente a su entrepierna. Nos miramos
y nos dedicamos a él con aun más énfasis; mi lengua subía y bajaba por un lado
mientras la suya hacía lo propio por el otro, y cuando se encontraban en el
medio luchaban entre ellas por cada milímetro de aquella caliente y palpitante
piel. Sus manos alcanzaron mis muslos y las mías respondieron de igual manera
sin que ninguna de las dos aflojáramos el ritmo de nuestras bocas. Pronto los
tres estábamos en igualdad de condiciones, cada uno de nosotros gemíamos más
fuerte que el anterior para marcar los tiempos, nos dejábamos claro los unos a
los otros que aquel ritmo terminaría por hacernos desfallecer en cuestión de
minutos. El olor a cereza regreso a mi nariz cuando los labios de Victoria se
olvidaron por un momento del desconocido para visitar a los míos mientras
clavaba en mí sus ojos verdes. Me fijé en que las luces se habían atenuado, no
sabría decir en qué punto del sueño, pero carecían de la misma intensidad que poseían
en los primeros compases de aquel sueño.
Creo que justo antes de que estallásemos en gritos de placer la vi guiñarme un
ojo, como si quisiera avisarme de que aquello estaba terminando.
Y ahora vuelvo a estar aquí, en la habitación de invitados
que Victoria me ofreció, o que le ofreció a Alex para que se quedara una
desconocida. Aunque tal vez yo no les resulte tan desconocida como ellos a mí,
al fin y al cabo Alex lleva algún tiempo “fijándose” en mí…
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